27. Luna

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Acababa de romper el corazón de Rober y podía escuchar trozos quebrajándose mientras se terminaba por destruir desde aquí.

Dylan lo miró por un segundo, después posó sus esmeraldas en mí.

—No quiero causarte problemas por esto, pero se me hace muy difícil hacerme a la idea de perderte o tenerte lejos. —Sujetó por un mini segundo mi mano con suavidad para después dejarla caer y marcharse hacia su casa.

Rober seguía en su coche, me miraba y aunque no lo pareciese, sabía que ver aquello le había producido un daño irreparable.

Quitó la mirada cuando decidí acercarme hasta el coche para comprobar por qué había vuelto de nuevo.

—Te dejaste esto... —Abrió la ventana y tomó una cajita con un lazo que había posado en el asiento del copiloto. Comprobé que llevaba conmigo el bolso, eso no parecía ser mío.

—Pero eso no...

—Iba a dártelo antes de que te marcharas, pero aquel beso en la mejilla me desubicó por completo. Lo siento. —Se estiró desde su asiento para entregármelo a través de la ventanilla. Y era él quien me pedía perdón cuando había sido yo la causante de asesinar por completo las pequeñas esperanzas que tuviese en su adorable y humilde corazón.

Lo sujeté, aunque en lo más hondo de mi ser era consciente de que no me merecía aquello, pero creía que rechazárselo sería todavía empeorar más las cosas.

—Rober yo... —Ni siquiera sabía por dónde comenzar a disculparme, no estaba acostumbrada a estos dramas, jamás dos chicos habían estado enamorados de mí, siempre tenían más centrada su atención en Lucy, ella iba destacando con su melena rubia repleta de rizos y los tops más impresionantes de última temporada.

—Quédatelo por favor, a pesar de todo he disfrutado mucho de tu compañía. —Me dedicó por un segundo su mirada color miel y sonrió. Entonces fue ahí cuando se rompió a cachitos muy pequeños mi corazón, tan pequeños que jamás se volverían a reconstruir para quedar igual. Realmente me sentía destruida, destrozar a un chico de esa manera después de todo lo que había hecho por mí, simplemente conseguía que me sintiese como una basura, e incluso seguramente una cáscara de plátano tenía más sensibilidad de la que había mostrado tener yo.

Después de aquello, volvió a arrancar su coche y se alejó de mí... quedé plantada con la cajita y su lazo rosa en mis manos. La culpa que sentía en esos momentos era demasiada, sabía que lo había hecho mal, era consciente de que debía haberle advertido que mi corazón pertenecía a Dylan, pero... nunca me enseñaron adecuadamente a hablar tan libremente de mis sentimientos.

Guardé la cajita en mi bolso, no estaba preparada para preguntas. Entré en casa y casi todos ya estaban en sus habitaciones, subí las escaleras y llegué hasta mi puerta para abrirla con cuidado.

—¡Lyn! —Casi todos, menos mi hermanita.

Di media vuelta con desgana.

—Te he visto por la ventana... ¿qué hacías con...? —Pero antes de que pudiese terminar la pregunta que me imaginaba, la arrastré conmigo hacia dentro de mi habitación y cerré la puerta. —¡Ay! suelta... —Se deshizo de mis manos como cual gusano en la tierra.

—¡Shh! —Exclamé para hacerla callar.

Desvió su mirada quitándole importancia.

—No es para tanto, papá y mamá saben que has salido, ¿por qué les importaría que hablases con el vecino de en frente?

Y en parte era cierto, antes temía que supiesen algo porque nuestro propio padre nos había prohibido que saliésemos con el peligro que habitaba en nuestro pueblo, pero ahora teniendo en cuenta que mi padre pertenecía también a esa parte del peligro, la cosa cambiaba bastante.

El Último Rayo De SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora