11. Aquel hombre era un monstruo

23 3 0
                                    

Su ventana estaba ahora también abierta, sudores fríos comenzaron a recorrer mi cuerpo por completo, mi corazón empezó a acelerarse de una manera que jamás antes lo pude sentir.

Mis manos temblaban, y ahí seguía congelada en el mismo lugar...

Tal vez, fue al cuarto de baño...

Tragué con dificultad y comencé a buscarla por todo el chalet.

—¡LIDIA! —Gritaba con fuerzas por todos lados.

Nada... No había rastros de mi hermana pequeña.

Me dejé caer sobre la pared de su habitación, exhausta de buscarla por todas partes, comencé a deslizarme hasta quedar sentada en el suelo.

—Lidia... —Murmuré apenas en un susurro mientras un nudo en mi garganta me impedía siquiera tragar con normalidad. Los ojos comenzaron a humedecerse y lágrimas salvajes recorrieron mi rostro, me tapé la cara con mis manos mientras gimoteaba con coraje, sentía furia dentro de mí, impotencia de no poder hacer nada y rabia hacia mí misma por haberla dejado sola.

Entonces, mi madre parecía haberse despertado, tal vez, con mis gritos por toda la casa. Estaba en la puerta de la habitación cuando me preguntó qué me pasaba...

—Lidia... —La miré a los ojos, pero apenas podía visualizarla con claridad, mis húmedos ojos me lo impedían.

—¿Qué pasa con Lidia? —Su tono comenzó a alarmarse —. ¿Dónde está? —Miró por toda la habitación en su búsqueda.

—No está... —Mencioné con mi quebrada voz.

—¡¿Cómo que no está?! —Comenzó a gritar, su tono de voz se notaba nervioso —. ¡¿Qué quieres decir con que no está?!

Se acercó hasta mí, posó sus manos en mis brazos y comenzó a balancearme con brusquedad.

—¡¿Dónde diablos está tu hermana?! —Gritaba sin cesar —. Estaba contigo, se supone que eres su hermana mayor...

Me solté de ella con malhumor, me puse en pie y la miré a los ojos.

—¿Crees que esto es culpa mía? —Dije mientras escupía con indignación cada palabra —. Jamás... Óyeme bien, jamás permitiría que le ocurriese algo malo a ella. —La miraba fijamente a los ojos —. Ella sí me ha demostrado lo que es cariño verdadero, pero tú... Solo te resignas a echarme las culpas de todo. —Le reproché con odio en mis ojos.

—Deja de ser tan infantil... Un cariño excesivo no te hace fuerte, te hace débil. —Recriminó —. Deberías agradecérmelo.

Suspiré y negué con la cabeza lo que mis oídos estaban oyendo.

—Pero nunca has sabido agradecerme nada... Eres como tu padre. —No, más bien mi padre era como mi madre, ambos tenían la misma personalidad fría y distante. Pero ella estaba tan molesta con él que pensó que lo peor con lo que podría compararme era haciendo esa referencia.

Decidí esquivarla y dirigirme hacia la puerta, debía encontrar a Lidia como fuese posible, y estar hablando con ella simplemente conseguiría perder el tiempo.

—¿A dónde vas? —Volvió a reprocharme —. Dime ahora mismo qué es lo que ha pasado aquí.

Contuve mi rabia por un momento, ahora ésta era doble debido a la discusión con mi madre y la desaparición de mi hermanita.

Respiré hondo y giré sobre mí de nuevo para mirarla.

—Tal vez, lo sabrías si no te pasaras el día pensando solo en ti...

—No vuelvas a hablarme de esa manera. —Se acercó de manera desafiante —. Estás resignada por la falta de cariño... Pues si tan mala madre soy, ahora no serías como eres actualmente, ni tampoco estarías a punto de entrar en la carrera que siempre has querido.

El Último Rayo De SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora