15. Vampiros

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Mi corazón se congeló, mientras Rebeca lanzó un grito de angustia.

—No, no, no, no... —Repetía sin parar, tocando la cara de Pedro, intentando averiguar qué le había pasado.

De repente, tío Pedro abrió sus ojos, me miró para luego dirigir su última mirada hacia Rebeca.

—V-a-m-p-i-r-o-s... —Mencionó de manera dificultosa y mis ojos se abrieron de espanto.

—¿Qué? —Simplemente, Rebeca no podía creer lo que estaba oyendo —. ¿Qué te ha pasado cariño? Por favor no me dejes. —Lo atrajo hacia ella quedando impregnada de aquella sangre abundante que no paraba —. Te quiero mucho, no me dejes por favor. Llama a la ambulancia Lyn... —Dirigió su angustiada mirada hacia mí, mientras por sus mejillas se deslizaba todo un torrencial de lágrimas.

Asentí, corrí hacia mi móvil, llamé inmediatamente a los servicios de urgencias. Después, volví a toda prisa hacia la puerta.

Ella seguía aferrada a Pedro, él mirándola con adoración subió con dificultad una de sus manos ensangrentadas, la posó en la mejilla de Rebeca y la acarició suavemente.

—Os quiero... Mucho... —Murmuró, apenas lo pude escuchar desde donde yo me encontraba.

—Sabes que yo también. —Jadeaba con angustia —. Pero no te despidas, por favor... Aguanta, pronto vendrá la ambulancia, aquí no puedo hacer nada para parar esa hemorragia, está en una zona muy delicada.

Pero su cuerpo parecía no poder aguantar más, le lanzó una última mirada con una pequeña sonrisa cuando sus ojos se cerraron para no volver a abrir nunca más.

Tía Rebeca seguía gritando de dolor, podía notar su dolor. Yo simplemente me derrumbé. Me deslicé por la pared hasta quedar sentada, mi mirada estaba perdida en la nada mientras mis ojos permanecían enturbiados por las lágrimas que no tenían intención de parar en salir.

—¿Lyn?

Salí de mi estado perplejo al escuchar la voz de mi hermana. Dirigí mi mirada hacia ella, se encontraba al final del pasillo, parecía que acababa de salir de la habitación, supuse que se despertó por todos aquellos gritos.

Me incorporé de inmediato, mientras Rebeca seguía aferrada en llantos a Pedro. Me apresuré hasta llegar a Lidia, intenté limpiar mis mejillas, pero aquel desastre parecía irremediable.

—Vuelve a la cama, vas a despertar a Raúl. —Mi voz sonaba rota.

—Pero... ¿Qué ha pasado, Lyn?

Comencé a dirigirla de nuevo hacia dentro de la habitación. La llevé hasta la cama y la cubrí con una fina sábana.

Raúl seguía dormido, mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo al ver aquella angelical cara inocente de todo. Acababa de perder a su padre, ahora nunca sabría lo que es que su padre le enseñe a montar en bicicleta, o apreciar aquellos pasteles que solía hacer, o incluso no podrá estar presente en el día de su boda o en el nacimiento de su nieto.

No podrá recordar besos o abrazos por parte de su padre, ni siquiera su voz...

Un nudo se formó en mi garganta, impidiendo que pudiese tragar con normalidad. Respiré hondo e intenté contenerme.

—¿No me lo vas a contar? —Dijo en susurros para no despertar a nuestro primito.

Me acerqué a su oído.

—Ha pasado algo muy grave... Por favor, duerme. Mañana será otro día. —Le besé en la mejilla y salí despacio de la habitación dejando cerrada la puerta tras mi paso.

El Último Rayo De SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora