14. Miedo

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Los miedos te consumen, te debilitan, te convierten en una persona insegura, consiguiendo que te alejes de todo y todos.

No es el amor o la amabilidad lo que te hace todo eso como pensaban mis padres... Es el miedo.

Tengo miedo.

Tengo miedo a no saber nunca la verdad, a creer que mis pensamientos se borrarán de nuevo de un momento a otro, a que mi familia pueda correr algún peligro, o a que nunca más vuelva a ser mi pueblo de siempre.

Y todo ello, a causa de una persona totalmente ajena a mí... Un hombre, o tal vez, una mujer, se había comprometido a sembrar el miedo en todo un pueblo inocente de todo.

Sí, en un principio pensaron que el causante de todo era un hombre, por su obsesión con las chicas jóvenes, pero... un poco después aquello cambió... Cualquiera podría ser El vampiro de Castellar.

Decidimos seguir como siempre, intentando mantener nuestra promesa de disfrutar cada momento del verano. Estábamos a finales de julio, cada hora que pasaba simplemente significaba que un día más se había marchado de nuestro calendario y, por lo tanto, intentaría por todos los medios posibles que mi hermana aprovechara cada segundo del verano junto a mí, manteniendo nuestra promesa.

Al día siguiente mi madre decidió salir temprano acompañada de su hermano, tío Enrique. Él era consciente de todo lo que había ocurrido en estos días. Mi madre quería ver a mi abuela, mi única abuela viva en el momento, por lo que, Enrique se ofreció a acompañarla.

Él, estaba divorciado y sus dos hijas eran mayores. Una de ellas se fue a vivir a Alemania, mientras que la otra decidió marcharse a otra ciudad no hacia mucho tiempo. Decidió que necesitaba encontrar un trabajo que le asegurara un buen futuro, algo que pensó que nuestro pueblo no le daría.

Mi madre tuvo un hermano más, pero murió cuando apenas era un chaval de dieciocho años, una enfermedad extraña le afectó demasiado hasta que los médicos no pudieron hacer nada para salvarle. Era el más mayor de todos, mi madre siendo la hermana pequeña, lo vivió todo de manera muy cercana y dolorosa, algo que me hace pensar que le afectó de manera excesiva. Tal vez, por eso tenía aquel afán por que nos hiciésemos fuertes a cualquier precio.

Sin embargo, mi padre solo tenía a tía Rebeca, siendo ella la hermana pequeña.

Con ella fue con la que siempre mantuvimos más contacto, tal vez, porque hasta que no tuvo a mi primito Raúl, ella necesitaba aquel contacto con niños que en ocasiones exige ese famoso reloj biológico.

Justo cuando mi madre se marchó con Enrique, llegó tía Rebeca para visitarnos, la noche anterior me encargué de llamarla para avisarla de que todo estaba bien.

Entró por la puerta con mi primito, vino corriendo hacia mí para abrazarme. Una sonrisa se formó en mi rostro.

La alegría de los niños simplemente era completamente contagiosa.

—Hola Lyn. —Balbuceó, apenas sabía hablar, pronunciaba las palabras de manera dificultosa.

—Hola peque. —Le sonreí mientras acariciaba con suavidad su esponjosa cara.

Dejamos a Raúl y Lidia jugando en el patio de la parcela con una pelota de fútbol.

Mientras tía Rebeca y yo decidimos sentarnos en el borde de la piscina para meter nuestras piernas.

—Entonces... —Miraba el movimiento de sus piernas mientras me hablaba —. ¿Sigues sin recordar nada?

Asentí y ella lo vio.

El Último Rayo De SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora