24. Una promesa infringida

15 1 0
                                    

Me desperté bastante temprano, el calor apenas me había permitido descansar. Y aquel momento con Dylan rondaba por mi mente cada segundo, hizo aún más difícil poder dormir con normalidad.

Mientras me acercaba a la cocina, escuché algunos murmullos, como alma curiosa que era, no podía evitar quedarme pegada a la pared para escuchar a qué se debían esos cuchicheos.

Parecía que mi madre y tía Rebeca estaban teniendo algún tipo de conversación que no les interesaba que nadie más escuchara.

—Ya te digo que lo vi perfectamente. —Declaró Rebeca. —Y es mi hermano, sabes que me encantaría creerle, pero lo vi.

—Se lo dije, y me ha asegurado que las cosas no son así. Realmente me confunde, pero algo me dice que confíe en él.

Sonreí al escuchar aquello. De todas formas, me veía en la obligación de hablar en serio con mi padre, debía saber qué era lo que estaba pasando con aquella mujer y sobre todo que me contase qué era lo que le había sucedido para convertirse en... eso.

Justo en ese momento, mi padre salió del salón. Debí imaginarme que no estaría en la calle siendo tan temprano. Así que hablando del rey de roma... Esta era mi oportunidad.

—Hola papá.

—Hola Evelyn. —Desviaba la mirada todo el tiempo, no se veía capaz de mantenérmela.

—¿Podemos hablar? —Pregunté decidida y llena de dudas.

Asintió y ambos nos dirigimos a mi habitación, así estaríamos más alejados de ellas.

Me senté en la cama y le señalé que lo hiciese también justo a mi lado. Se lo pensó por un instante, pero finalmente se incorporó en el mismo lugar que le había indicado.

Ni siquiera sabía cómo empezar... Lo pensé por un momento y lo hice sin darle demasiadas vueltas.

—¿Desde cuándo eres...?

Parecía tan él... Aunque en el fondo había algo distinto, el brillo de sus ojos cambiaba de repente y su piel cada vez se volvía más pálida, pero era cierto que sus facciones se habían vuelto más tersas y finas.

—Y tú... ¿Desde cuándo lo sabes? —Preguntó sin responder a mi pregunta. Seguía mirando hacia abajo.

—Lo sé todo por Dylan... Y desde que llegaste te vi extraño. Además, tío Pedro al morir nos advirtió, y aunque cuando Rebeca estuvo más tranquila llegó a sospechar algo sobre aquello que dijo, no tuve la oportunidad de aclararle las cosas —Suspiré al recordar el momento. —Contéstame por favor. —Le sugerí de nuevo.

—Y es mejor que aún no lo hagas Evelyn. Aquella mujer se empeñó en que la acompañara a un lugar apartado. —Finalmente decidió comenzar. — Le dije que debía ir a trabajar, pero aún no sé cómo le terminé obedeciendo, decía que necesitaba encontrar un lugar y que me veía un hombre amable que pudiese ofrecerle la ayuda que necesitaba.

—¿Aquella mujer pelirroja que Rebeca vio como os besabais?

—La misma... Fue algo muy extraño Evelyn. Era como sentir que debes obedecerla en todo lo que diga y haga. —Ahora sí dirigió la mirada hacia mis ojos, aquellos ojos celestes se habían cristalizado y simplemente parecían como si de repente el cielo se hubiese nublado al impedir aquellas lágrimas que el color celeste reluciera tan penetrante como siempre. —Pero quiero que sepas que amo a tu madre y jamás hubiese hecho nada de eso si no me hubiese encontrado inundado en aquella sensación tan extraña.

Sinceramente le creía, sobre todo porque jamás había pronunciado en voz alta que la amaba... Ya nada me sorprendía y los vampiros parecían ser capaces de hacer cualquier cosa.

El Último Rayo De SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora