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NIAM

Puedo ver mi respiración en el aire con cada exhalación que doy, está haciendo frío, la brisa pasa con fuerza y levanta la tierra del camino, poniéndonos a toser a ambos por momentos.

Debí traer un suéter en lugar de esta camiseta tan delgada.

Kela y yo nos encaminamos a un rumbo indefinido al salir de su casa, eso fue hace unos diez o quince minutos, y ninguno de los dos ha hablado desde entonces; el silencio no es incómodo ni tenso, es de esos silencios agradables que a veces son necesarios.

Ella sigue llevando puesta esa camisa sin mangas que deja al descubierto sus brazos y hombros, y si tiene frío no lo demuestra, solo está mirando hacia adelante sin ninguna expresión o emoción clara en su rostro, como si su mente estuviese en otro lugar.

Sin embargo, no puedo evitar observarla con atención, tiene las cejas ligeramente fruncidas y los labios de un color violeta tenue; supongo que por lo gélido del ambiente.

—Tus labios están morados —comento, rompiendo el silencio.

—Lo sé.

—Está haciendo frío.

—Lo sé.

Suspiro. «Me la pone difícil cada vez que puede».

—¿Cómo es que no estás titiritando?

Exhala sonoramente, una nube blanca marca el camino de su aliento, y noto un atisbo de sonrisa en sus labios.

—No es la primera vez que vago fuera de casa por las noches, estoy acostumbrada a esta temperatura. Tú también deberías acostumbrarte, quizás así no refunfuñarías tanto.

—Yo no estoy refunfuñando. —arrugo las cejas.

—Ya, lo que tú digas.

—Simplemente estoy comentando algo...

—¿Mientras tiemblas de frío? —se burla.

—Yo no suelo vagar por las noches en plena carretera ¿sabes?

—Eso explica lo aburrido de tu vida.

Estoy a punto de replicar cuando noto que está evitando reírse, y aunque soy el motivo de que lo haga, porque claramente se está burlando y gozando la situación, termino riéndome también.

—¿Y desde hace cuánto vives en Olls? —cambio de tema, sí estoy refunfuñando, pero no lo admitiré en voz alta. «Primero me congelo».

—Desde que nací. Hace diecisiete largos años. Siento que he vivido una eternidad.

Me saca una risa corta.

—Vives muy cerca de mi casa y jamás te había visto. —me rasco el cuello con el índice.

—Probablemente lo hiciste y no lo recuerdas. No soy alguien a quien voltearías a mirar dos veces. —se encoje de hombros.

Frunzo el ceño. ¿Qué está diciendo?

—¿Bromeas? Difiero completamente.

—¿Por qué?

—Desde que te vi en el gimnasio no puedo apartar los ojos de ti.

—No digas tonterías. —masculla, no sé si se ha sonrojado o es el frío.

—No estoy diciendo ninguna tontería.

—Ya.

Chasqueo la lengua. «Me la sigue poniendo difícil».

Volvemos a estar en silencio un rato, y yo me niego a dejar morir la conversación.

BICOLOR ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora