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KELA

Me escabullí del rubio parlanchín apenas terminó la clase de arte, escribí un par de textos en mi libreta que me negué a mostrarle porque creo que ya había dicho suficiente por el momento y luego salí de allí.

Me preguntó si yo era de las chicas que tenían un diario personal y me le quedé viendo fríamente ante tal ridiculez.

Por supuesto que no tengo un diario, es más un cuaderno de... ¿notas? Sí, puede ser.

Al llegar a casa no encontré a mamá por ningún lado y eso me desilusionó un poco, aún conservo algo de esperanzas de que me reciba con una sonrisa y un abrazo al llegar, o como mínimo me pregunte cómo me fue, aunque en el fondo no le importe.

Denna se quedó en el instituto en una reunión con el comité estudiantil y papá estaba en su despacho, y sigue ahí, no he querido molestarlo desde que llegué porque puede estar ocupado y son pocas las veces que tiene tiempo para sí mismo, el trabajo suele abollarlo y encuentra descanso leyendo libros históricos o tocando una vieja guitarra acústica que heredó de mi abuelo.

Las paredes beige me reciben cuando bajo las escaleras y me adentro en la sala en busca del teléfono de la casa. No tengo un celular propio porque nunca me han gustado los aparatos electrónicos, pero es una desventaja en situaciones como esta, ya que es el medio de comunicación que más usan las personas.

Saco el papel que me dio Niam durante la clase, recordando su risa y mirada burlesca cuando le pedí que anotara su número telefónico allí para poder llamarlo.

Escribo el número y sostengo la bocina contra mi oído mientras la línea repica.

Él contesta al quinto tono.

—¿Sí? —lo escucho usar un tono formal.

—Buenas tardes, se comunica con usted la gerente de almacenes Don Baratón para confirmar su pedido.

—¿Kela? Dios —se ríe y sonrío por inercia—. ¿Tienes idea de cuánto tiempo no leía el código de un número de casa? Esto es del siglo pasado.

Mi sonrisa se borra. «Se cree muy gracioso».

—¿De dónde crees que te iba a llamar? ¿De la antena del wifi? —bufo.

—Eso habría sido más moderno, actualízate, Minion.

—Lo único que actualizaré será el color de tu cara, porque quedarás morado después de que te dé un guantazo por fastidiarme.

—¿Por qué tanta agresividad? Calma, solo bromeo, me pone de buen humor tu llamada, siento que ha pasado una eternidad desde que te vi.

—Me viste hace unos 30 minutos.

—Y ya te echo de menos.

La respuesta se me queda a medias, porque en su lugar sale una palabra que ni entiendo porque se entrecorta. «Odio que me ponga así este rubio idiota».

¿Cómo puede echarme de menos? ¿Cómo es posible que me extrañe?

Más de una vez he confirmado que soy una pésima compañía, no estoy diseñada para que me quieran o extrañen, así que lo que está diciendo es completamente absurdo y sin sentido, pero no lo desmentiré justo ahora porque lo he llamado para otra cosa, por ello pasaré por alto su errada confesión, ya que posiblemente esté confundido y su deseo simplemente es tener al menos alguien que le haga compañía sin importar lo desequilibrada que pueda ser.

—¿A qué hora debo estar en tu casa? Ya sabes, para probar los videojuegos con Embry y... eso. —me cuesta hablar con normalidad.

Alcanzo a oír un suspiro de su parte y aprieto los labios. «Yo también te echo de menos, Niam».

BICOLOR ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora