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KELA

—Me estoy congelando. —mascullo entre dientes para mí misma.

Me envuelvo en las sábanas pegando las rodillas a mi estómago, no dejo de titiritar, me castañean los dientes y me cuesta respirar por la nariz. Entreabro los labios y tomo una gran bocanada de aire, siento que me congelo a pesar de que cerré la ventana y cualquier otra entrada de aire, ya no sé cómo controlar los temblores.

Si no me sintiera tan agotada y con jaqueca, me tomaría unos diez minutos para insultar a Denna o ponerle crema para depilar en el shampoo, algo que la haría caer nen una crisis de histeria, eso seguro; pero la mera mención de su nombre en mi mente me causa repulsión, náuseas y hasta dolor de estómago, principalmente porque... porque me hizo llorar.

Usualmente no lloro, soy más de sufrir en silencio o quedarme viendo una pared por horas sin emitir ningún sonido; cuando lloro es porque lo sucedido realmente me ha afectado... y mucho.

Claro que en mis diecisiete años de vida no me había sentido tan estúpida por dejar que las acciones de una indolente me afectaran. «Soy una imbécil».

Lo que hace combustión en mi interior, lo que arde, quema y me patea, es que yo quiero a esa indolente, y odiarla por completo me es imposible... por más enojada o frustrada que esté, yo jamás le haría lo que me hace a mí cada día, y eso ya es mucho decir.

Pero ella no te quiere a ti, estúpida... ¿Es que no lo ves?

—Sí, pero... sigue siendo mi hermana... me gusta sacarla de quicio, retarla, fastidiarla... es mi hermana —el temblor de mi cuerpo me recuerda que estoy así debido a ella, pero no pienso más en eso, solo cierro los ojos e inhalo y exhalo lentamente—. Es mi hermana, y la quiero, aunque mi existencia la haga enfadar... aunque me haga daño... mi amor no es tan frágil como el suyo.

Toso un par de veces contra la almohada y me planteo arrojarme por la ventana, esto es insufrible, detesto enfermarme, aborrezco la picazón de garganta y odio toser como un viejo fumador de sesenta años.

Paso saliva y me acomodo en la cabeza el gorrito que Niam me prestó el día del incidente con Denna, aún conserva su olor y debo admitir que me gusta, pero nadie más que yo lo sabré.

Con la mano en el gorrito, arrugo las cejas, meditando en algo.

Ahora que lo pienso, muy a mi pesar, quizás fue la presencia de Niam lo que me hizo dejarme llevar por el llanto y aquella opresión que me asfixiaba cuando abrí la puerta del baño y lo vi a él; los grises ojos reparando con preocupación cada uno de mis gestos y movimientos, y la firmeza con la que me sostuvo al arrojarme a sus brazos con desespero.

Él estaba ahí.

Creí que al salir del baño me encontraría con el silencio del pasillo, o quizás con miradas burlescas, como siempre... pero no, él estaba allí, buscándome a mi... mirándome a mí, preocupándose por mí.

¿Cuándo alguien se había tomado la molestia de asegurarse que yo estuviese bien?

No sabría cómo explicarlo, ni qué es lo que me llevó a seguir aquel impulso repentino, solo sé que su abrazo se sintió como una bocanada de oxígeno puro, fresco, limpio.

Él no solo acalla las voces que aturden mis sentidos, ahora también me hace sentir que respiro.

Y eso me gusta, pero a la vez me asusta.

¿Qué me está pasando con ese loro preguntón?

La puerta se abre suavemente y respiro hondo esperando que no sean ninguna de las impertinentes que...

BICOLOR ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora