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KELA

Nada es más efímero que el tiempo.

Se dice que la alegría lo es, más no se compara con lo efímero que puede llegar a ser el tiempo; pero no cualquier medida de tiempo, sino aquella donde están plasmados los buenos momentos. Esos donde pudiste dar un abrazo, una sonrisa, una risa o un beso quizás.

En esos instantes de silencio y vacío no meditamos en el poco tiempo que tenemos acá, y en lo temporal que suelen ser las situaciones agradables y de felicidad; y no lo aprovechamos, desperdiciamos la mitad de nuestra vida buscándole un sentido a nuestra existencia, cuando la única razón que necesitamos para seguir adelante es que estamos vivos, respiramos, y tenemos posibilidades cuando quizás otros no.

No solía gustarme esa última comparación, porque al fin y al cabo no era mi asunto si alguien más no podía caminar y yo sí. ¿Cómo se supone que eso me consolaría? Eran distintos tipos de dolor, pero dolor al fin. Hasta que un día pude correr colina abajo, sentir la brisa en mis pómulos y el aire entrando a mis pulmones como una ráfaga que me refrescaba de adentro hacia afuera.

Y lo comprendí, aquella persona jamás tendría la posibilidad que tenía yo de correr y sentir la brisa de esa manera; yo necesitaba encontrar mi fuerza para levantarme y usar mis piernas, esa persona quizás no, por más valor que tuviese dentro de sí mismo.

Cuando pensamos en ello se hace más fácil aprender a valorar nuestro tiempo; pero también nos arrepentimos por no habernos dado cuenta de ello antes de perder tantos instantes importantes que no recuperaremos.

Yo me arrepiento.

Me arrepiento de aquel abrazo que no di cuando quise hacerlo.

Me arrepiento de aquella sonrisa que no dediqué cuando otro logró algo que quizás creía imposible.

Me arrepiento de ese beso que no le di por temor a parecer insistente.

Y, sobre todo, me arrepiento de no haber sido más grande que mi miedo para decir lo que siento realmente.

Cuando tienes el cañón de una pistola apuntando en tu cabeza, sueles arrepentirte de todas las cosas que no hiciste, y te cuestionas a ti mismo, porque no sabes si tendrás oportunidad de hacerlas ahora.

Suelto aire por la boca lentamente, cada músculo de mi cuerpo se tensa, preso del miedo y pánico que me genera la materialización de mi mayor terror. Lágrimas empañan mi visión cuando dejo caer la mano del pomo de la puerta a sabiendas de que no puedo hacer ni el más mínimo ruido ahora.

La barbilla me tiembla cuando la pistola me recorre la línea de la columna, y su risa suave y helada me acaricia los oídos junto a su aliento. Cierro los ojos deseando que esto no sea más que una pesadilla como las anteriores, pero su voz me trae de nuevo a la cruda realidad.

—Sabes que no me gusta el silencio. —dice a mi espalda.

Trato de hablar, pero no puedo si me sigue apuntando con eso.

—¿No quieres hablar? Debes estar sorprendida de verme, supongo.

Su risa me asquea, y a la vez me asusta.

Lewis Foster solo ríe cuando está feliz, y solo está feliz cuando obtiene exactamente lo que quiere. Y es lo que tiene ahora. Me tiene a mí, acorralada y sin defensa, cabizbaja y asustada, y no sé cómo evitarlo.

Su mano me recorre el brazo hasta hacerme dar vuelta, poniendo mi espalda contra la pared lentamente. No quiero mirarlo, pero su mano me levanta la barbilla haciéndome chocar con sus ojos verde y gris que se oscurecen cuando me sonríen, el cabello blanquecino le ha crecido hasta caerle más debajo de las cejas y las orejas. Entreabro los labios con la barbilla temblándome, los ojos me escuecen aún más y me duele el pecho repentinamente.

BICOLOR ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora