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NIAM

La próxima vez tocaré la puerta como una persona normal.

¿Cómo se me ocurre hacerle caso a Elías?

Subir por allí no fue muy inteligente de mi parte, la rama de un árbol se me clavó en la costilla cuando tropecé y casi me caigo de boca en el suelo al resbalar con la humedad que la lluvia dejó en el marco de la ventana. «Eso sin contar que nunca había escalado nada en mi vida».

Al menos tuve suerte de que Kela no me arrojara un florero en la cabeza, cosa que yo habría hecho si estuviese en su lugar.

Hemos estado hablando un poco en los últimos días, más que todo cuando coincidimos en alguna clase o área del instituto, nuestras cortas conversaciones la mayoría de las veces giran en torno a lo que nos gusta hacer, o en su caso, lo que detesta de la gente, que resume a: casi todo.

Sin embargo, creo que nos conocemos un poco mejor que antes; a mí me gusta pintar, a ella, escribir; a mi me gusta la música, a ella, libros como los de Edgar Allan Poe; a mi me gustan los días soleados, a ella la lluvia.

Sé que dijo que no quería ser mi amiga, pero... comienzo a sospechar que es mentira, cada vez que hablamos tengo la impresión de que los dos nos sentimos cómodos en presencia del otro, principalmente porque la conversación fluye tan natural que por momentos hasta parece que nos conocemos desde antes.

Venir aquí fue algo que se me ocurrió mientras horneaba un pastel de nueces con mi madre —nos gusta la repostería en casa—, pensé que sería una buena idea hacerle una visita a la chica de ojitos bicolor para pasar un buen rato sin que me mandara a la Conchinchina, pero no quería toparme con su hermana o madre, y por ello le hice caso a la sugerencia de Elías la tarde que pregunté por ella, y terminé subiendo por la ventana como un loco.

Solo quiero verla a ella, a nadie más.

Cuando le echo un vistazo con un poco más de detalle, puedo ver a la pequeña gruñona usando una sudadera blanca que le queda gigantesca, le cubre más allá de la mitad de los muslos, casi hasta las rodillas, y las mangas anchas le tapan hasta los dedos de las manos; tiene el pelo cobrizo revuelto en una maraña que dispara mechones cortos en distintas direcciones, y no puedo evitar sonreír de nuevo cuando veo los largos calcetines amarillos de Bob Esponja que cubren sus pies y suben hasta llegarle a las pantorrillas.

—¿Qué es tan gracioso? —indaga con seriedad. «A veces creo que me quiere lanzar algo».

—Estás usando calcetines amarillos, son tus favoritos, ¿no?

—Me gustan todos los calcetines en general.

Doy unos cuantos pasos bajo su mirada recelosa, ojeo la habitación y me sorprende encontrarme con que todas las paredes están pintadas de amarillo pastel, el armario es marrón añejo, tiene una lámpara de lava roja, unas cuantas prendas de ropa regadas en el suelo y el aire huele a cigarrillos y perfume de alhelí; es una combinación poco común, pero el aroma es sutil y único, así como Kela.

—Niam.

—¿Uhm?

—¿Dirás a qué viniste o primero de doy un tour por mi alcoba? Puedo darte el recorrido si así lo prefieres —se gira un poco—. De este lado están los libros, y del otro lado una ventana donde se pueden caer las personas por accidente.

Inevitablemente se me escapa una ronca carcajada.

—Sarcasmo, me gusta. —volteo los ojos, alejándome de la ventana lentamente. «Más que todo por precaución».

Vuelvo a mirarla y lleno mis pulmones de aire cuando una sonrisa se dibuja en su delicado rostro. No puedo descifrar lo que destella en su mirada, y es confuso, porque a veces es tan sencillo leer sus expresiones y emociones, y en otras ocasiones es toda una incógnita lo que siente o piensa.

BICOLOR ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora