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KELA

¿Será hoy un buen día para nadar?

Me lo pregunto a diario, todas las estúpidas mañanas, y cada vez que vengo aquí.

Le doy una calada a mi cigarrillo y libero el humo gris en el aire. «¿Será hoy el día?».

El agua debe estar helada, y sería muy patético de mi parte morir de hipotermia; la lluvia camuflaría mi cuerpo mientras estoy dentro, el viento recio haría chocar las olas con las piedras, y podría golpearme la cabeza, lo que no sería muy lindo, no quiero que haya sangre mientras estoy nadando.

Tiro la colilla de mi cigarrillo en el suelo para luego pisarlo con mi zapato y meter una menta en mi boca para que Denna no perciba el olor a humo proveniente de mí. «Detesto que me interrogue».

Desvío la mirada del agua que está a metros debajo de mí, retrocedo de la orilla del risco y me doy vuelta con pereza para volver al instituto.

Hoy no es un buen día para nadar.

Este es un lugar que pocos conocen, nadie creería que después del bosque que bordea el IPNO se encontraría un risco bastante alto, y justo debajo una laguna extensa que ondea y choca con las rocas como si del océano de la playa se tratara.

Las gotas de lluvia caen en mi cabello y se deslizan por mi rostro, posiblemente pesque un resfriado, pero esa enfermedad si se puede curar con pastillas, así que no debo preocuparme.

Preocúpate cuando lo que sea que sientas te duela, y no puedas curarte con un analgésico.

Atravieso el bosque espeso y mantengo la vista en el suelo, observando sin motivo alguno el avance apático de mis pies. Me gusta la neblina que se cuela por el aire, es fría y refrescante, pero detesto que todo sea verde. ¿Los árboles no pueden ser de otros colores?

Grises, por ejemplo. «Nunca en mi vida he visto hojas grises, pero sería algo digno de admirar».

En la distancia visualizo la entrada trasera de los vestidores femeninos del gimnasio, e internamente me arrepiento de haber decidido volver a esta cueva llena de hienas. Me coloco la capucha del suéter y me dirijo hacia allá sin ser vista por los de seguridad.

Me adentro en los vestidores con mi característica expresión gélida y varios ojos se posan en mí. Las mujeres me observan con aquella mirada despectiva de siempre, esa que dice que jamás estaré a su "nivel".

Resoplo audiblemente y ruedo los ojos cuando escucho que una de las hienas murmura: bicho raro. Unas risitas resuenan entre los vestidores y debo aguantarme las ganas de arrancarle la lengua a la que lo dijo. «Contrólate, Kela».

Usualmente me importan un comino los insultos, pero ese en particular me pone a hervir la sangre a tal grado que me creo capaz de escupirles veneno en la cara.

Lo cierto es que no me interesa estar a su nivel, solo me interesa que el día acabe para poder irme.

Les paso por un lado y voy directo a mi mochila, tratando de ignorar al resto de la raza humana que me rodea. Me coloco la franela blanca con el leggin negro de hacer ejercicio y vuelvo a ponerme la sudadera rápidamente antes de que una de ellas vea lo que no debe ver y empiece a formular preguntas que solo responderé con un puñetazo en su mandíbula.

Respiro hondo para sentir que el aire toca mis pulmones y suspiro con pesadez.

Me doy vuelta y una chica vestida de porrista se me atraviesa en el camino.

—¿Dónde estabas? —inquiere Denna cruzándose de brazos y olfateando el aire como si fuera un perro. «Si está buscando el olor a nicotina no lo va a encontrar, porque mis mentas nunca fallan».

BICOLOR ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora