Capítulo 10

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«¡Ok! No era un simple resfriado, es toda una gripe».

Tres días, tres malditos días han pasado desde que mis estornudos y dolores de cabeza iniciaron. Al principio pensé que sería algo pasajero y momentáneo producto del clima y el polvo, sin embargo, los dolores de cabeza no disminuyen y desde hace dos noches mi fiebre no para de subir. Las náuseas y los vómitos no ayudan tampoco y solo camino de la cama al baño y del baño a la cama; de vez en cuando bajo a la cocina a por un poco de agua o un té, ni siquiera tengo deseos de comer y en caso de que lo haga debo regresar corriendo al baño por las náuseas.

Rebusqué en varias gavetas de la cocina y la habitación, pero no había ni un maldito medicamento en todo el lugar y estoy tan débil debido a la fiebre que la verdad es que no me atrevo a conducir sola hasta la ciudad. Tampoco he sabido nada de Dean en estos días, aunque no es de extrañar dado que en su nota me dijo que me pusiera en contacto con él luego de sentirme mejor. Más de una vez se me pasó por la mente pedirle ayuda para mi situación actual, no soy tan testaruda como aparente, pero no tengo el número de él ni de Sarah que es la otra persona que hubiese querido llamar.

«Estoy jodida».

Cuando vivía en Los Ángeles y me enfermaba solía pasar la tarde en el sofá viendo alguna que otra película en el televisor y rodeando mi cuerpo de suaves mantas. Paul me visitaba y siempre llevaba alguna que otra golosina. Solía acostarse a mi lado a arroparme hasta que me quedaba dormida. Sé que es un imbécil y que no debería pensar en estas cosas, pero es difícil...Es difícil haber tenido a una persona cuidando de ti durante algunos años y de la noche a la mañana estar sola en un antiguo caserón con fiebre alta y ni siquiera alguien con quien conversar. Es triste pensar que ahora mismo estaría en mi luna de miel, pero no tengo nada...Paul fue un capullo, pero duele tanto porque yo lo quería, porque tenía sueños para los dos y es en momentos de soledad como este cuando me doy cuenta de que a pesar de que quiero aparentar fortaleza aun no le he olvidado. Lo extraño, pero no es al idiota que me puso los cuernos al que extraño, sino al tierno hombre que creí que me quería y que se preocupaba por mí.

Puedo sentir como mis ojos se llenan de lágrimas y niego fuertemente con la cabeza para apartar estas ideas de mi mente. Quizás sea la fiebre la que me vuelva tan sensible, pero me niego a mí misma a caer nuevamente en ese bache, no estoy dispuesta a vivir como el pasado mes en un mar de lágrimas y autocompadecimiento. Tengo que continuar hacia delante y lo haré en cuanto me recupere, aunque la verdad, dadas mis condiciones actuales, no estoy muy segura de cuándo será eso.

Unos golpes en la puerta de entrada me hacen alejarme de cualquier tipo de pensamiento que tenga que ver con Paul o con lo miserable que me siento. Generalmente no hubiese sentido los toques dado el tamaño de la casa, pero como todo está en completo silencio no tengo ningún problema para escucharlos. Maldiciendo para mis adentros me levanto de la cama. No me quejo de tener visita, sino de lo mucho que me molesta el cuerpo y la cabeza al moverme.

Bajo las escaleras a paso suave, por un instante me pregunto si será Dean la persona al otro lado de la puerta, es el único que ha venido a casa desde que comencé a vivir aquí. Sin embargo, mi sorpresa se hace evidente cuando al final logro abrir la puerta y es Sarah quien se halla al otro lado del umbral.

Está sonriendo, pero sus facciones pasan directo a la preocupación cuando me ve.

—¡Annie! ¡Dios Santo! —Lleva su mano a su boca para ocultar el gesto de sorpresa—¡Madre Santa! No esperaba verte tan mal.

Por primera vez desde que me puse enferma tengo ganas de reír por las facciones en el rostro de Sarah.

—Quien te escuche pensará que estoy muriendo.

¡Oh la la con el Highlander!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora