Día 8

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La imprevista conversación con su hermana la mañana del día anterior, dejó a Harry con la más inusual sensación.

Gemma en su infancia, al igual que él, se esforzaba por ser la hija perfecta. Una niña muy correcta, y siempre con las mejores calificaciones. Sin embargo, ser la mayor y ser mujer no fue para nada una buena combinación.

Su padre sólo tenía ojos para su anhelado hijo varón, y sin importar cuánto ella se esforzara, Harry siempre sería el único motivo de orgullo para él.

Llegó a sentir un incontrolable resentimiento hacia su pequeño hermano, no obstante al llegar a una edad más adulta, se dio cuenta que Harry no era más que otra triste víctima del machismo de su progenitor.

Se sentía aliviada de no tener que ser ella, la que cargara con la terrible responsabilidad de ser siempre la imagen de la perfección. Y poco a poco se fue revelando, y alejando su vida de lo que sus padres querían para ella; ser una buena esposa y tener muchos hijos.

Estudió sin importar los exagerados reproches y chantajes de su madre, sin prestar atención a la furia de su padre. Y sin duda fue la mejor decisión de su vida, a sus casi treinta y cinco años, era pediatra y había llenado su vida del amor de cientos de niños vulnerables en Sudáfrica, donde había decidido ir a ejercer su profesión como voluntaria en una organización de ayuda humanitaria.

Después de tanto tiempo, Gemma aún desde la distancia podía sentir pena por su hermano; era consciente de que su matrimonio era una mentira, y que toda su vida era una triste farsa, que buscaba complacer a sus padres.

Jamás lo hablaron, ella jamás le dijo su sentir y la lástima que su vida le provocaba, solo llamaba de vez en cuando para saber de su sobrina, y en general de todo. Eran llamadas breves, y estrictamente cordiales, como si se tratara de personas que no se conocen lo suficientemente como para bromear y hablar de manera más coloquial.

Por eso, es que precisamente esa llamada cambió todo para ambos. Sin duda fue un fuerte pero necesario impacto en sus vidas.

Gemma sabía por su madre que su hermano estaba pasando el confinamiento en su trabajo, de ahí la impresión de ver tan recientes marcas de amor en su cuello.

Hubo un largo silencio, y la castaña tuvo que repetir la pregunta para hacer reaccionar al ojiverde.

-Harry... ¿Son chupetones?- inquirió con un gesto de sorpresa.

-eh, no lo sé... Quizás algo me dio alergia, no me he visto al espejo hoy- la voz temblorosa y dubitativa del rizado solo hacían que fuera más evidente la situación.

-no trates de engañarme hermano, no hay alergia que se vea así... Soy médico, ¿lo recuerdas?- inesperadamente para el menor, Gemma soltó una agradable risilla.

-Lo siento Gems, pero por favor no le vayas a decir nada de...- el rizado continuaba nervioso, y ahora ya rendido intentaba suplicar por la discreción de su hermana, pero antes de terminar ésta lo interrumpió abrupramente.

-¡oh por Dios Harry!... No lo menciones ni de broma, ¿Qué clase de hermana crees que soy?...- la muchacha arqueó las cejas y cambió su gesto a uno más serio.

-en realidad, yo no lo sé...- un Harry más nervioso a cada instante se podía ver a través de la pantalla, pues aún no comprendía ni mucho menos esperaba la reacción de su hermana. Su relación era tan distante hasta entonces, que pensar que Gemma lo acusaría de inmediato con su madre, era una posibilidad.

-tranquilo Harry, yo jamás te delataría... Y en el fondo no sabes cuanto me alegra saber que hay algo de... Emoción en tu vida- la castaña le sonrió dulcemente, y su hermano no podía verse más sorprendido.

Treinta Días Para Ser Infiel || Larry Stylinson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora