Prólogo

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Harry Styles, el chico perfecto desde la escuela. Proveniente de una buena familia; un padre reconocido por ser uno de los dueños de un canal de televisión, una madre preocupada, y una dulce hermana. Además de poseer una innegable belleza y gracia.

Desde pequeño fue visto como un ejemplo a seguir; un niño dulce, caballeroso y muy inteligente. Destacaba en cualquier lugar por su correcta manera de expresarse, por su amabilidad, y buenos modales.

Todo a causa de la educación extremadamente conservadora que le inculcó su familia; principalmente su padre, quien soñaba con que su único hijo varón siguiera sus pasos en los negocios, así como en la vida.

Asistió a una escuela pública a causa de lo mismo; la delirante obsesión de su progenitor por que Harry siguiera cada uno de sus pasos. Y en principio aquello fue bastante sencillo de conseguir, pero a medida que fue creciendo cada vez era más complicado llevar ese peso sobre sus hombros.

Era el típico chico que robaba suspiros y lágrimas entre sus compañeras. Perfecto cabello rizado, sus hermosos y profundos ojos verdes, más una perfecta sonrisa que se decoraba con dos hermosos hoyuelos, hacían que siempre fuera el sueño de amor de hormonales adolescentes.

Sin embargo, y muy a pesar de lo que su padre esperaba, los años pasaban y el rizado seguía sin presentar a una novia. Su padre le aconsejaba, diciéndole que era importante conocer y probar de muchos amores, antes de escoger a la chica perfecta con quien se casaría, y formaría una famila igual de perfecta a la suya.

Pero no había ninguna. No existía una mujer en la escuela, en su vecindario o en la iglesia a la que asistían sagradamente cada semana, que lograra llamar su atención. Ni siquiera un poco.

Solo se había visto sorprendido en varias ocasiones mirando detenidamente a Brandon; el capitán del equipo de fútbol de su escuela. Quizás eran sus ojos, su amplia sonrisa o aquella personalidad de chico rudo que lo hacía quedar cautivado cada vez que pasaba junto a él.

Y aquello era completamente desesperante; pues se obligaba a cada instante a pensar que esa situación no estaba bien. Mil veces se cuestionó si algo estaba mal en él; pero se convencía a sí mismo, que simplemente era una natural envidia a la personalidad del muchacho. Personalidad que el soñaba con tener. Solo podía rogar por que nadie notara su gesto embobado, mientras veía como el chico deportivo propinaba algunos golpes a sus compañeros de equipo.

Se repetía incansablemente que solo faltaba que llegara la persona, -mujer- indicada; y eso mismo era lo que le transmitía a su familia para darles algo de paz.

Pero aquello no sucedió; no llegó la indicada. El destino se encargó de que llegara cualquiera, al primer tropiezo, sin siquiera planearlo o desearlo.

Olivia era una compañera de escuela con la cual tomó varios cursos. No era precisamente una chica popular, a pesar de ser bastante atractiva. Era de una situación económica bastante baja, y de muy pocos amigos, pues realmente la simpatía no se le daba con facilidad.

Su mayor cualidad fue su persistencia. Jamás se cansó de coquetear y perseguir toda la secundaria al ojiverde, a pesar de las educadas pero incontables veces que éste la rechazó. Siempre insistió, por que para ella Harry era el prototipo perfecto de chico, no solo por su belleza, sino que también por la muy importante razón de su condición social; algo muy fundamental para la rubia.

Fue a finales de su último año de escuela. Sus padres insistieron tanto en la importancia de asistir a aquella fiesta, que sería una de las últimas antes de su graduación, por lo que simplemente terminó aceptando de mala gana mientras buscaba lo que sería ropa adecuada para ir de fiesta. Simplemente era incapaz de negarse a cualquier solicitud de sus padres; ser el hijo perfecto que ellos idealizaban era su única prioridad.

Treinta Días Para Ser Infiel || Larry Stylinson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora