El grito al final del pasillo

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NAOMI

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NAOMI

Cuando escuchaba gritos yo corría. No porque tuviera miedo, sino porque (sé que soy horrible) no era mi problema. El mundo se movía demasiado rápido para detenerte a ayudar a cada persona en apuros que se te cruce.

Ellos lo iban a resolver a su manera, tal y como yo resolvería mis propios asuntos que me hacían apretar el paso.

Daba igual si los gritos eran de dolor, miedo o furia, si no eran las voces de mis familiares o amigos entonces yo no me detenía. Podría ser que gracias a gente como yo el mundo estaba tan jodido, no lo sé, no me iba a detener a pensarlo.

Siempre tenía prisa.

No me arrepiento tampoco, porque esa noche corrí lejos de los gritos y eso me salvó la vida.

No me arrepiento tampoco, porque esa noche corrí lejos de los gritos y eso me salvó la vida

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Todo se sentía tan lejano y borroso que era difícil de recordar. No era como si hubiera querido hablarlo tampoco. Esa noche Marcel nos recogió a Giovani y a mí. Sólo estaba el padre de Giovani, quien lo dejó ir con la advertencia de que no se metiera en problemas.

No era nuestra intención meternos en problemas, si hubiéramos sabido lo que pasaría nos hubiéramos quedado en casa, malgastando el tiempo de otra manera.

La música que sonaba era censurada cuando decía groserías, pero no importaba, pues todos cantaban en voz alta esas partes eliminadas.

Yo llevaba un vestido azul marino, Marcel una camisa de vestir de manga larga que pudo ocultar sus moretones y Giovani por fin llevaba el pelo sin montañas de gel ni su gorra, por lo que jugaba con sus mechones nervioso.

En la escuela se dejaba entrar a cualquiera al baile, no había boletos, ni guardias cuidando las entradas, estoy segura de que ni siquiera los maestros en turno estaban prestando real atención. Ellos hablaban entre sí, apenas revisando una que otra vez a los alumnos para asegurarse de que no hubiera peleas, como el año pasado, en el que un alumno le rompió la nariz a otro.

Apenas me alejé un momento, no sabría medir cuánto tiempo fue, segundos o minutos, media hora, no importaba, seguía siendo muy poco tiempo en mi cabeza. Giovani estaba sentado junto a Marcel en las escaleras cuando empezaron los gritos.

Fueron tan agudos que la reacción general al inicio fue reír, creíamos que alguien había encontrado una iguana, o una rata incluso. Yo llegué a pensar en esas mariposas negras gigantes que tanto asustaban a las alumnas.

El ruido de disparos y gritos adultos fue lo que calló a todos. Una estampida de alumnos aterrados se dirigió hacia la salida, conmigo incluida. La mitad de los estudiantes miraban atrás, buscando con la mirada a sus amigos o familiares, yo no.

Yo seguí adelante.

Esa noche desaparecieron dos alumnos, murieron cuatro y otro terminó en el hospital.

Llegué corriendo a casa, tropezando constantemente gracias a los tacones que llevaba, estaba muy asustada como para detenerme y deshacerme de ellos. Mis manos temblaban de los nervios al tratar de insertar la llave en la cerradura. Estaba fuera de peligro, pero los vástagos del miedo que sentí en la escuela me hacían actuar aún en modo de alerta.

Huí tan rápido, preocupada en mi propia seguridad, que ni siquiera volteé a ver a mis amigos, ojalá que ellos hayan hecho lo mismo que yo. Ni modo, mejor que digan "Aquí corrió" que "aquí murió", aunque me recordaran cómo una cobarde.

Esperaba encontrar a mi padre en el sillón, esperando nervioso a que yo volviera mientras mi madre iba a recogerme. Lo que me encontré en su lugar fueron más gritos.

     Prendas de ropa volaban como papalote, pasando encima de mí. Me agaché como cangrejo para no ser golpeada. Mi madre estaba llorando desconsolada a un lado de la mesa en la que mi padre revisaba su maleta a prisas.

—Eres un pendejo, Ramiro —regañaba mi madre dándole un golpe de los que duelen en el brazo.

Sí, a veces sí es, pero ¿ahora por qué?

—¿Por qué empacas? —no tenía aire gracias al maratón de cinco calles que me eché para salvar mi vida.

Mi voz fue imperceptible para los oídos de mis padres, ellos tenían sus propios gritos y llanto. Por un momento olvidé lo que acababa de pasar en mi escuela. Mis hermanos no entendían qué pasaba, pero igual estaban llorando porque seguían la corriente sin pensar, cómo yo.

Si había una fila, ellos no sabían para qué era y ya se estaban formando, si todos gritaban de miedo, ellos también empezaban a temer. Estaba segura de que era igual en ese momento. No sabían qué pasaba y ya estaban chillando cómo en funeral.

Lo único en lo que pensaba era en que mi padre había sido infiel y ahora mi madre lo sacaba de la casa, estaba por patearlo cuando vi que se abrazaron. Desde entonces ir a la escuela no volvió a ser lo mismo y mencionar a mi padre en casa fue casi un tabú.

Esto es a lo que me refería.

Si me hubiera detenido a ayudar a otros, yo no habría llegado a tiempo para ver el caos de mi propia casa.

Mis amigos, mi familia y yo ya teníamos suficientes problemas.

No podía preocuparme aún por la desaparición de dos personas y la muerte de cuatro.

Me acerqué a mi mamá con paso titubeante, mis hermanos estaban calmando un poco el llanto al dejar de escuchar gritos. Intenté tomar su mano y ella la apartó, dándome la espalda.

¿Por qué las cosas tienen que ser tan complicadas cuando se trata de mi madre?

Comprendía que estuviera molesta, pero tampoco iba a dejar que me tratara así, por lo que no dije más y me retiré. Yo también estaba alterada y no la alejaba como si fuera un estorbo.


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Desaparecido y nombrado DomingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora