El ojo del huracán

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GIOVANI

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GIOVANI

Volví a ir a la casa de Jonathan al día siguiente, después de la escuela. Contaba con el permiso de mi padre, pues desde la plática con mi mamá sobre Marcel ya no nos habíamos dirigido la palabra más que para lo necesario.

—Trata de arreglar las cosas con tu mamá —me pidió mi papá antes de salir—. Anda muy desanimada desde que se pelearon.

—Sí, papá... —dije vagamente.

Antes de que mi papá lo dijera, no había pensado en la plática como una pelea, ni siquiera como una discusión. Por más disgustados que estuviéramos después de ese día, no nos habíamos gritado, ni dicho nada hiriente.

Quise decirle a mi padre sobre lo de Marcel, pero no encontré el valor para hacerlo. No sabía de qué manera iniciar la conversación, o que quería que hiciera al respecto. Además de que era algo muy personal de Marcel. Algo que no debíamos contar a nadie.

Prefería sentirme como un cobarde a un traidor. Era más digerible.

Caminé a casa de Jonathan por mi cuenta. Mi papá estaba demasiado ocupado para llevarme y Marcel no respondía llamadas, faltó a la escuela de nuevo. Me preocupó la idea de que pudiera estar en problemas, pero creí más probable que sólo estuviera avergonzado porque mi madre vio sus heridas.

Confirmé mis sospechas cuando me llegaron mensajes de parte de Naomi, dando a entender de que estaba con Marcel. Ella solía ir a verlo de vez en cuando a su casa, me imaginé que ella estaría ahí con él. Dándole otro de esos almuerzos que la señora Elena le preparaba con tanto amor.

NAOMI FLORES: Ey, insecto infeliz

NAOMI FLORES: Que pasó ayer???

NAOMI FLORES: Marcel tiende cara de no sé

NAOMI FLORES: Lo de siempre, de que se quiere morir

NAOMI FLORES: Pero ahorita más

Iba a preguntar más detalles, pero ya estaba frente a la casa de Jonathan y él me había alcanzado a ver desde la ventana de su sala, mientras jugaba con el casco que me prestó el día anterior. Cruzamos miradas y me sonrió, como en esas películas donde todo es perfecto al instante.

TÚ: Mi mamá vio debajo de su manga.

Respondí en menos de medio minuto y guardé mi celular. No hizo falta tocar el timbre, Jonathan ya me había abierto antes de que siquiera me acercara a la puerta.

—¡Hola! —saludó extendiendo los brazos en forma de abrazo.

Yo me quedé inmóvil en mi lugar, cuestionando cómo decirle lo mucho que odio los abrazos, o si era siquiera buena idea mencionarlo. Decidí dejarme abrazar y no corresponder, dejando que una risa incómoda se me escapara.

Desaparecido y nombrado DomingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora