Los padres también lloran

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GIOVANI

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GIOVANI

Sin duda no era para nada como en las películas estadounidenses donde las fiestas estaban saturadas de adornos y luces, sino que era más sencilla. Había sillas de plástico que no eran suficientes para todos, las luces se limitaban a azules, rojas y blancas y la comida (hamburguesas) la tenías que pagar tú.

Naomi no tardó en despedirse de nosotros para juntarse con un grupo de amigas que la esperaban. Sentí que esas chicas se burlaban de nosotros cada vez que sonreían o miraban en nuestra dirección.

Dejé de tomarle importancia cuando vi de soslayo como Marcel se alejaba también. Lo detuve del hombro posicionándome a su lado antes de que se apartara más de mí. Marcel volvió a hacer otra mueca de dolor a lo que me disculpé de nuevo.

Para que él no me hubiera golpeado aún, debía de ser la persona más paciente del mundo.

Hizo un movimiento con la cabeza, levantando las cejas: así era como me preguntaba qué me pasaba o qué ocurría.

—¿A dónde vas? —pregunté queriendo sonar calmado, lo que no funcionó. Mi voz transmitía angustia.

—Querías conocer más gente, vamos con Alfredo —explicó alejándose, intuyendo que yo estaba siguiéndolo.

Marcel saludó con un asentimiento a Alfredo, dijo palabras que no pude oír por la música y la distancia. Alfredo giró la cabeza con cara de confusión y miró a los lados encogiéndose de hombros.

Sólo entonces Marcel se dio cuenta de que yo me había quedado atrás.

¿Era muy infantil mi actitud? ¿Era egoísta? ¿O ambas?

La verdad es que prefería tener a Marcel aburrido a mi lado, que lejos, divirtiéndose con otras personas mientras yo me quedaba en medio de tanta gente, pero sólo.

Mi amigo suspiró y sin despedirse regresó a mí con una expresión de ¿derrota...? Con Marcel manteniendo esa expresión todo el tiempo era difícil adivinar que sentía. Era casi imposible leerlo para mí.

—¿Qué pasó? —me preguntó

—Nada —negué encogiéndome de hombros mientras jugaba con un mechón de pelo.

—Tu no te sientes cómodo con nadie —se quejó Marcel mitad en broma mitad en serio.

—Claro que no —negué de inmediato—, me siento cómodo contigo —declaré sin pensar.

Marcel jugó con su pulsera tejida unos momentos, hasta yo podía adivinar que no encontraba las palabras adecuadas para decirme algo. Planteé la posibilidad de que quería dejarme solo para que se pudiera divertir con Alfredo y compañía, pero que no sabía cómo hacerlo.

En lugar de hablar, Marcel hizo lo que mejor sabe hacer: usar gestos.

Movió la cabeza hacia a un lado para indicarme que quería que lo siguiera hasta la esquina de la habitación, a un lado de las escaleras.

Desaparecido y nombrado DomingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora