NAOMI
Tengo que aclarar que no soy una soñadora... No, la razón por la que tengo una libreta de deseos es porque, pues, me gusta escribir lo que pienso. Eso suena mucho menos lamentable que decir directamente que tengo una libreta de deseos, ¿verdad?
En mi casa no existía la paz, tan sencillo como eso. Vivía con mi madre, tres hermanos menores y un pollo de color en plena pubertad que cacareaba como si le patearas. Lo último que esperas de un escenario así es paz.
Me desperté dando un brinco como me había recomendado mi papá un día, si no lo hacía, a pesar del ruido, podía permanecer tirada como roca durante cuatro horas de más. Corrí a bañarme antes de que mi madre me ganara, cuando ella llegaba antes la ducha era considerada perdida, pues se eternizaba dentro.
Desde la ducha escuché cómo la alarma de mis hermanos sonaba. Cada quién se despertaba solo, pues mi madre no podía hacerse cargo de todo y hace ya mucho tiempo había decidido que no lo haría. No podía culparla, no es cómo si mi padre ayudara mucho: él apenas puede hacerse responsable de sí mismo.
—Buenos días, preciosa —saludó mi padre aún lagañoso y semi dormido mientras se servía cereal en una taza.
Para él era mucho más práctico usar una taza que lavar un plato para comer en paz.
Era una tremenda estupidez que yo también hacía porque el tiempo era oro y no podía malgastarlo comportándome como una persona decente.
—Buenos días —respondí distraída buscando algo rápido para desayunar antes de irme. Fruta bastaría.
—¿Ya despertaste a tus hermanos? —me preguntó mirando su celular mientras bebía el cereal de su taza.
—No.
—Hija, estaría genial que nos apoyaras con eso.
—Sí, lo estaría —zanjé fingiendo aún más apuro.
Podía sonar como una grosera malagradecida, estaba consciente de eso, pero para empezar, yo no fui quien decidió tener cuatro hijos. Mis hermanos, Elena y Vicente, apenas llevaban un año de diferencia en edades y peleaban por todo.
Eran ese tipo de hermanos que al compartir algo lo dividían con una regla.
Mi hermana Lucía tenía apenas cuatro años, pero yo estaba segura de que ella era un "condón roto". Ya había escuchado cómo la llamaban una "bendición".
Yo les enseñé a mis hermanos lo mismo que a Marcel, a cruzar la calle, hacerse el desayuno, tallarse bien el ombligo y a no pasar por los barrios peligrosos. En resumen: a no morir.
¡Qué mis padres se den por bien servidos con eso!
En el refrigerador encontré mi manzana y, escondido, un pingüino de chocolate que no dudé en tomar y esconder en mi mochila.
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Desaparecido y nombrado Domingo
Misterio / SuspensoGiovani siempre quiso ser director de cine, pero para eso necesita conocer gente, cosa en lo que es pésimo. Por lo que aprovecha la desaparición de dos alumnos y la muerte de cinco para involucrarse más con Jonathan Quiroga, un compañero que puede...