Colapsos e ira

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NAOMI

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NAOMI

Desde que mi padre se fue mi madre comenzó a jalarse de los cabellos y a gritar con más frecuencia. Mis hermanos no podían preguntarle nada, porque además de no obtener respuestas mi madre los ahuyentaba con una escoba para que la dejaran respirar.

Cara de huele pedo, mala actitud, cero comprensión a cualquier ser viviente, ser hiriente con los menores para desquitarse de sus problemas personales...

Ya tenía todos los requisitos necesarios para ser maestra en mi escuela.

Aunque claro que esa actitud de maestra mal pagada era sólo en casa, ella no era tonta y no haría algo que la perjudicara profesionalmente. Así que para el resto de enfermeras ella seguía siendo la dulce señora que les traía empanadas los lunes para hacer más ameno el trabajo y que les daba paletitas a los niños después de una consulta.

Hasta me daban ganas de dejarme atropellar por un camión para que me internaran en el hospital y mi madre actuara más dulce. De otra manera no sabía si podría seguir respirando el mismo aire que ella sin tirarme por la ventana del primer piso.

No quería morir, sería muy lamentable sobrevivir a una balacera para terminar atropellada o con el cuello roto por una caída.

—Ey sh, sh, levántate —me llamó mi madre, zarandeándome de un lado a otro, se había dado a la tarea de levantarme desde que mi alarma había dejado de funcionar en despertarme—. Naomi.

—No quiero ir a la escuela —murmuré debajo de las sábanas.

Incluso me había pedido un descanso en la tienda de ropa en la que trabajaba sólo para no salir. La casa se sentía segura y si no salía de mi cuarto ni para ganar dinero pues menos para ir a cargarme de trabajo de a gratis.

Trabajar gratis en un lugar donde adultos que se hacían llamar "maestros" me iban a gritar por el menor error en cualquier proyecto. Mismos adultos que nunca nos cuidaron y que huyeron cuando sus alumnos necesitaban ayuda.

Eran todos unos cobardes inmundos.

—¿Por qué? —me preguntó de forma casi cínica.

Dudé en contarle, quedándome quieta.

—No quiero volver aún... —susurré desanimada.

Mi madre sacudió la cabeza en negación, pelando los ojos.

—¿A tí qué te va a perjudicar si fuiste la primera en salir corriendo? Ni se te murió nadie. Levántate, es la última vez que te lo digo, Naomi.

Ella no sabía que mi pulso se aceleraba cada que escuchaba un ruido fuerte. Una puerta cerrada con demasiada fuerza, un pisotón, algo estrellándose contra el piso. Todo sonaba como un disparo para mí y me entraban las ganas de correr, de aislarme.

Desaparecido y nombrado DomingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora