EPÍLOGO

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No hay mucho que decir, después de eso los tres necesitamos terapia

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No hay mucho que decir, después de eso los tres necesitamos terapia. Aunque, desde mi punto de vista, siempre la necesitamos.

La madre de Naomi descubrió su libreta de deseos y de ahí empezaron a dialogar.

No es como si se hubieran convertido mágicamente en mejores amigas, porque esas cosas no pasan. Al menos no entre madres e hijas como Naomi y la señora Flores.

Naomi seguía estando muy indignada con su padre, pero lograron perdonarse mutuamente, incluso si ya no mantenía una relación tan buena como antes. De hecho, todo apuntaba a que Naomi si iría a esa universidad canadiense para estudiar de médica forense y yo le haría segunda estudiando animación, porque me di cuenta de que lo disfrutaba más que el cine en general. Sólo tenía que esforzarme en recuperar la confianza de mis padres que perdí en menos de dos meses. Cosas como las que pasaron no se olvidan ni rápido, ni fácil.

De todas maneras, con Naomi he planeado que, si mis padres quieren retenerme de nuevo, ambos usaríamos nuestros ahorros para viajar solo. Conseguiríamos una  independencia total de nuestros padres, incluso si la situación  había mejorado para ambos, eso no significaba que hubiéramos cambiado de objetivo. Seguíamos soñando, solo que ahora siendo un poco más realistas.

Juntos trabajábamos en la tienda de ropa de la que es dueña una amiga de la madre de Naomi y luego paseábamos  un poco antes de ir a la carpintería a visitar a Marcel (es decir, molestarlo y pedirle cosas como tallar las figuras que aparecen en "Valiente"). Él seguía perdido en que quería hacer con su vida, tal vez más que antes, pero ahora que no estaba enfocado todo el tiempo en huir de su padre o recordar a su madre podía enfocarse en que quería él, solo él.

Alguna vez le pregunté (imprudentemente) si aún quería encontrar a su madre. Su padre huyó en cuanto supo que Marcel había ido al hospital, por lo que ahora Abril y Marcel tenían dos padres "desaparecidos". Para mi sorpresa, él negó y se mantuvo calmado.

"Antes soñaba con verla de nuevo. Me mantenía firme en la idea de que quería hablar con ella, pero ahora que pienso en todo lo que tenía planeado decirle, entiendo que sólo buscaba reprochar"

Asentí sin decir nada más que lo apoyaba en cualquier decisión que tomara.

Me encantaba esta nueva versión más expresiva y platicadora  de Marcel.

Mi padre y yo nos volvimos un poco más confidentes entre nosotros. No le ocultamos las cosas a mi mamá, de hecho, ella se enteró al segundo de que vimos el cuerpo de Alfredo con una sábana encima. Me abrazó como si hubiera sido yo el secuestrado para luego soltarme y golpearme en la cabeza por mis idioteces.

Estaba doblemente castigado y ahora usaba mi cadena con mis datos, tipo de sangre y dirección hasta para ir al baño. Me sentía como un perro pero lo entendía.

Marcel terminó viviendo con nosotros, el gobierno (y un nuevo sistema de apoyo del mismo) ayudaron para los gastos de la mayoría de sus cosas. Nos sobraba espacio en casa, sólo tuvimos que limpiar la habitación llena de basura a la que mi mamá llamaba "recuerdos".

Los primeros días Marcel no habló en voz alta en absoluto, ni siquiera me veía a la cara y el único contacto que buscaba conmigo era tomarme de la mano cuando se alteraba. Mis padres no se hallaban muy convencidos de si sería una buena idea acogerlo, pero con el tiempo, terminaron encariñándose con él.

Mi madre, quien lo repudió por tanto tiempo, fue quien primero se acostumbró a su presencia y empezó a necesitarlo. Marcel vivió mucho tiempo "sólo" así que atendía en la cocina y ayudaba cada que algo se rompía. Él mismo se volvió de utilidad.

Ver el cuerpo de Alfredo fue lo que impulsó a nuestros padres a llevarnos por fin a terapia. La necesitábamos hace mucho, pero podría decirse que ese escape fue la gota que derramó el vaso de nuestra salud mental.

Domingo no volvió a molestarme. Le confesé (con mucha pena) a mi psicóloga asignada que a veces escuchaba la voz de Alfredo Salazar a lo lejos. Ella insistía en que eran secuelas del trauma por lo ocurrido en esa horrible escuela que fue forzada a cerrar una vez tomaron el testimonio de Verónica y su secuestro.

Aunque eso explicaba que Naomi y Marcel se quejaran de oír pisadas en el techo por la noche cada que yo los acompañaba en nuestras pijamadas nocturnas.

Agradecía que ellos no lo escucharan tan claramente como yo lo hice por meses.

Agradecía el simple hecho de que (relativamente) estábamos bien.

Al final todos éramos un grupo de niños que recién se daba cuenta de que necesitaban terapia. Un grupo de niños que se acostaba en el piso alfombrado de mi cuarto mientras miraban al techo fingiendo que las estrellas de plástico eran reales.

Niños que deseaban escapar, pero que habían encontrado un hogar entre los tres.


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Desaparecido y nombrado DomingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora