35. Difícil decisión.

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Las cosas se arreglaron un poco para Layla cuando llegó al castillo, de inmediato Ernie se le acercó, brincando y notificándole que Hannah había vuelto esa tarde.

Layla corrió a buscarla a la sala común de Hufflepuff, dónde ambas se dieron un abrazo tan lago que casi las hizo llorar.

—¿Cómo estás? —le preguntó al cabo.

Hannah se encogió de hombros y le sonrió. —Estoy bien.

Aunque Layla sabía que no era del todo cierto. —Te he traído caramelos, ¿quieres pasar la tarde en el jardín?

El rostro de Hannah casi se iluminó.

Bajaron un par de mantas, ambas se acurrucaron junto a la cabaña de Hagrid y se quedaron ahí, mirando el lago, mientras Hannah le contaba lo difícil que fue convencer a su padre de dejarla volver.

—Sé que lo estás pasando mal, Hannah —le dijo Layla comprensivamente.

—No debería abrumarte con mis problemas —la rubia aparto la mirada, apenada.

—No —Layla negó rápidamente y tomó su mano—. No me refería a eso. Ambas estamos pasándolo mal, Hannah. Ahora mismo llueve, pero todavía nos tenemos a nosotras, y cuando el sol brille de nuevo, brillaremos juntas.

Hannah le sonrió con los ojos acuosos y se lanzó a abrazarla.

Y entonces fue el turno de Layla de contarle lo que había estado sucediendo. Con Theo, con Sophie, con Juliett y ahora con Cedric.

De ser posible, la mandíbula de Hannah se habría caído más y más a medida que iba contándole todo lo que se había perdido. Fue una charla tan larga que se prolongó casi hasta que atardeció.

—¿Y qué vas a hacer?

Layla suspiró. —Tengo que elegir.

—¿A quién elegirás?

Layla se relamió los labios— Pues, todavía tengo que pensarlo, pero... —volvió a suspirar con frustración—. No lo sé, Hannah —miró a su amiga, frustrada.

Hannah le brindó media sonrisa y le tomó la mano. —Haz lo que diga tu corazón —aconsejó.

Layla no dijo nada, pero en su mente se instaló el sabio consejo de su mejor amiga.

Cuando regresó a la torre Sophie la puso al tanto de lo que había sucedido con Juliett después de que ella abandonara la taberna precipitadamente. Se le llenó el pecho de orgullo cuando esta le contó como le había parado el carro de pronto, y que al final, la morocha se había rendido y retirado, aunque dijo que regresaría a verlas y que quizá ya no podrían evitar que se las llevara a pasar el verano a Irlanda.

Eso no le desanimó, puesto que todavía faltaba mucho, y, en el fondo, tal vez si le gustaría salir del país una o dos semanas, conocer a la familia de su madre y, por supuesto, saber más sobre ella.

La mala noticia (porque inevitablemente tenía que haber una), se la contaron entre Harry y Hermione. Katie Bell había sido victima de una maldición imperius, que la obligó a transportar un paquete a una persona y resultó herida en el proceso, aunque ella no era la destinataria de dicho ataque.

—Te lo digo en serio, Malfoy se lo ha dado —insistió Harry.

—¡Harry, basta! —le dijo Layla, cansada—. Ya te lo dijo McGonagall, Draco estaba cumpliendo un castigo, ¡haz el favor de callarte!

Harry miró a Layla perplejo, y se apuntó mentalmente no volver a hacerla enfadar en unos cuantos días.

El ataque a Katie fue la oportunidad perfecta para que Harry insistiera nuevamente en su teoría de que Malfoy era un mortífago. Layla le creía, vivir nueve años en la mansión le dejaba como recordatorio que nunca sabría que esperar de ellos. Aunque en parte, albergaba esperanzas de que él fuera bueno, y quería creer que estaba siendo obligado por Lucius.

Your Champion, Babe| Cedric DiggoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora