33. ¿Irlanda?

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La entrada de Octubre había arrastrado un clima particularmente frío desde hacía dos semanas, y con ello, horas de reflexión para Layla.

Lo suyo con Theodore había tenido... progreso, por decirlo de alguna forma. Tres o... cuatro veces en las últimas semanas quizá, quedaban después de clases y se escabullían por ahí para desestresarse un rato.

Y, por las noches, luego de acostarse, le daba vueltas y vueltas a lo que Dumbledore les había contado en su despacho.

No podía parar de pensar en Violett Franklin. En la maravillosa persona que describía todo aquél que la conoció. En aquella mujer que vio el día de la tercera prueba. En ese gran poder que poseía y que ella heredó. Y en lo valiente que fue al morir por sus hijas.

Le habría gustado conocerla, desde luego, y no haber pasado años repudiando a una madre que (creía) la había abandonado. Le habría gustado vivir con ella, que le trenzase el cabello y que, en lugar de enfadarse, le enorgulleciera que su hija entrase a Gryffindor. Quizá también le habría gustado recibir consejos de su parte, como cuando estaba conociendo a Cedric, y todo ese tipo de cosas que una madre hace.

Pero no podía hacer nada más que imaginarlo. Porque aquello no había existido, y nunca lo haría.

También pensaba que: ahora muchas cosas tenían sentido. El apego de Sirius y Sophie en Grimmauld Place, y la razón por la que él estaba tan interesado en cuidarla, Sirius la quería tanto como a una hija, porque tenía la misma sangre que su propia hija.

Y por ello, Sirius le pidió a Layla que cuidara de ella, porque: si las cosas salían mal y con Christopher Martin desaparecido, de ahí en adelante, le tocaría a ella cuidar de Sophie, como una hermana mayor.

Desde entonces la relación de Sophie y Layla, que hasta ahora no era muy estrecha (a Layla le llegó a parecer insoportable en ocasiones), había cambiado mucho. Muchísimo en realidad.

De pronto Layla sentía que la quería, y no era para menos, pues era su media hermana después de todo. Incluso hubo un momento en el que lamentó que no hubiesen tenido la oportunidad crecer como hermanas, aunque no tuviesen el mismo padre. Para Layla cualquier cosa hubiese sido mejor que crecer en la mansión Malfoy.

—¿Cómo estás, Li? —le preguntó Sophie llegando al dormitorio. Su actitud con Layla no había cambiado mucho, puesto que Sophie siempre había sido amable con ella, pero evidentemente, también comenzaba a verla como lo que era: su hermana.

—Bien —le sonrió—. ¿Qué hacías?

—Oh, nada, estábamos con los chicos hablando.

Asintió, comprendiendo. —Oye, ¿me dejas ver tus notas de Herbología? Son para Hannah.

—¿Estás guardando los apuntes para ella? —preguntó Sophie, enternecida, mientras caminaba a su mochila.

Layla se sonrojó sin quererlo. Y es que, de alguna forma, siempre había sentido que demostrar que le importan las personas a las que les tenía cariño, era una forma de parecer vulnerable. O más bien, crecer en la mansión Malfoy le había enseñado eso.

—No se los estoy guardando —respondió, ligeramente a la defensiva—. Se los doy a Ernie para que él los guarde. Es que seguramente yo los perderé...

Sophie hizo más ancha su sonrisa. —Otra cosa que tenemos en común —apuntó ella con emoción—. A veces soy muy distraída. Todo el tiempo olvido ponerme la túnica.

Layla medio sonrió. —Sí... eso también me pasó una vez.

Sophie se inclino sobre su mochila para sacar un par de pergaminos y tendérselos. —Tienen fragmentos de los de Hermione.

Your Champion, Babe| Cedric DiggoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora