10. Feliz... ¿Muérdago?

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Diciembre, mi mes no tan favorito del año.

No me malinterpreten, amo la navidad, toda esa tontería del espíritu navideño se siente en todas partes; los adornos, los colores, los olores y sabores que esta fecha trae consigo, hacen que la festividad sea especial. La navidad es palpable en el ambiente cuando llega diciembre y eso me encanta, y de alguna forma me emociona.

Pero nunca nada es totalmente perfecto.

El compartir momentos en familia no es mi especialidad y menos cuando es la familia de mi padre. La tradición de noche buena es pasarla con esa parte de la familia, es algo a lo que estoy atada de por vida, no hay excepciones, siempre pierdo la discusión cuando se trata de esta reunión.

Todos en esa maldita reunión son adultos que para lo único que me hablan es para hacerme sentir incómoda. 

A veces la misma familia es la que te arruina momentos especiales como estos, y también te hacen odiar ciertas partes de ti que nunca pediste tener.

- ¿Por qué siempre tienes que ser así? - la frustración en la cara de mi madre hizo que agache mi cabeza- ¿No puedes complacernos con algo tan fácil? Qué egoísta eres.

-Pero- sentía como mis ojitos ardían cada vez más y como se me dificultaba respirar.

-Pero nada Violet, mira como te arruinas la cara llorando por caprichos tuyos,- sus manos tocaban mi pequeño rostro de manera negligente- ¡Deja de llorar! Como me estresas. Anda, límpiate esa cara. Quiero que salgas y lo hagas con buena gana. -Jaló mi oreja bruscamente sacándome de la habitación.

Si tuviera la posibilidad de ordenarle a mi cuerpo que deje de hacer algo, todo sería más fácil. 

Pero adivina que mamá, pariste un ser humano no un maldito robot.

Gracias a eso, no podía dejar de llorar cuando me lo pedía, o dejar sentir aquel pesado nudo en la garganta, o poder regular mi respiración agitada. Pero como el ser humano tiene algo llamado proceso de adaptación, ahora es más fácil no llorar, o por lo menos controlarme hasta encontrar un lugar seguro para hacerlo. Aprendí a llorar en silencio porque no se me permitía hacerlo en voz alta, guardarme lo que sentía y acatar ordenes se había hecho una costumbre para mí.

Recuerdo que cuando estaba sola yo pedía ayuda, hablaba como si alguien me pudiera escuchar, con la esperanza de que Dios o quien sea que me cuidara desde arriba, escuchara mis suplicas y bajara a decirme que todo estaría bien y que no tendría que volver a hacer aquello que me obligaban a hacer.

Pero nadie lo hacía, nadie me ayudaba, nadie me entendía, no había nadie que me salvara y yo me sentía tan sola y necesitada.

Desde entonces odié noche buena, y no porque la celebración no sea linda, sino porque la paso con las personas que menos quiero, todos los años tenía que prepararme para el martirio que iba a ser esa noche. El día después no es tan festivo que digamos, si fuera por mis padres la navidad no se celebraría, pero siempre hay alguien que tiene que llevarles la contraria y esa siempre era yo. 

Mentiría si dijera que prefiero mil veces el fin de año, lo celebramos con la familia de mi madre así que no es tan malo, pero tenemos que viajar a la parte más caliente del país y como ya saben, prefiero el frio. 

Quiero quedarme con lo bonito de la época, me gusta como las luces de navidad y las guirnaldas adornan nuestro salón de clase, en casa lo único que tenemos de navideño es al árbol, algunas luces en las ventanas y un Papá Noel que da miedo, en serio, tiene esa musiquita que suelen tener los muñecos en las películas de terror.

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