Capítulo XXVII -Un misterioso padecimiento.

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Después de haber pasado casi dos largas y acaloradas semanas en Konoha, me preparé para regresar a la aldea de las aguas termales.

Había querido volver antes, sin embargo Naruto y Lee me habían retenido con el Taijutsu, y sabía que no podía hacerle saber a nadie de Itachi, por lo que no que tuve excusa alguna para volver pronto.
 
Anhelaba verlo, pues parecía haber pasado una eternidad sin saber de él.

Me despedí alegremente los chicos y de Kakashi-sensei antes de salir de la aldea, Naruto incluso se había ofrecido a escoltarme, pero me negué agradeciendo su disposición.

Después de cruzar el bosque llegué la aldea de las aguas termales y me dirigí a mi posada.

Subí las escaleras del lugar y llegué a mi departamento, el cual se encontraba justo de la manera en la que lo había dejado.
Sin embargo se veía un tanto solitario; el polvo había impregnado el estante de libros y tendría que deshacerme de los comestibles vencidos.
 
Dí un suspiro y me dediqué a limpiar el lugar. Limpiar era mejor que sentarse sola en medio de ese departamento, el cual ese día se sentía desoladoramente vacío.
 
Esta tarde hice las compras y terminé los deberes hasta que el sol se puso en el horizonte.

Al finalizar mis tareas dirigí la mirada al ventanal que daba a mi balcón.
 
Deslicé las cortinas y abrí la prominente ventana de cristal.

Esa tarde, me dediqué a observar aquel inmenso cielo en solitario. Aquel en el que el ocaso se devanecía en el espesor nocturno y donde no habían cuerpos celestes a la vista.
   
¿Qué es realmente un hogar? Me pregunté.

Para un niño, su hogar eran sus padres, pero para mí, esas dos palabras eran incapaces de relacionarse.

Mi relación con ellos fue distinta a lo que se esperaba de una familia convencional.

Mientras mi padre trabajaba durante todo el día, mi madre solía desquitar sus dolores conmigo.
Parecía que mi presencia era su detonante, la mayor causa de su dolor.

A veces parecía odiarme, me preguntaba si era por mi condición de mujer, si acaso un niño la hubiera hecho feliz o si era simplemente porque me dio a luz siendo una adolescente, encontrándose así, obligada a casarse.

Mi padre, por otra parte me quería, aunque a su manera; crecí escuchando su perspectiva y sus bromas acerca de la mujer.
Escuchando que era débil y que si no sabía cocinar, el hombre con el que me casara me golpearía, que no debía usar pantalones ni demostrar dominio, y que no era lo suficientemente capaz, valiente o leal...
Porque era mujer.

Contrario a lo que esperaría, mi madre reforzó esas ideas, y siendo una mujer violenta, crecí terriblemente asustada de hacerla enojar, pues sabía que mi pequeño cuerpo sufriría las consecuencias.

Recordaba mis ojos hinchados y mis piernas marcadas de rojo antes de ir a la escuela.

Pasaba incontables noches llorando en silencio, encerrada en mi habitación.

Siempre lloraba.

Y llorar me recordaba mi debilidad.

Una lágrima cristalina rodó por mi mejilla.

Después de todo, no tenía un hogar al cual regresar.

Aquello me provocó un sofocante sentimiento de soledad.

Estaba sola.

Y sin embargo, cuando esos ojos negros me miraban, cuando esa mirada gentil me acariciaba, y cuando esos brazos cálidos me abrazaban me sentía segura, me sentía cuidada y protegida.
Esa voz apacible y esa presencia me arrullaban hasta sentir que todo, absolutamente todo estaba bien, que no necesitaba nada más, pues él estaba ahí.

Voy A Salvarte [Itachi y Tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora