Capítulo 2

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Una semana entera había transcurrido desde ese día en el bosque y no hubo señal del fantasma salvo por el robo de unas gallinas que fueron acreditadas a algún zorro. Seguramente el pequeño malhechor tenía suficiente comida y ropa como para no arriesgarse a aventurarse nuevamente en mi habitación o en la cocina.

Había colocado al menos una docena de trampas en esos dos lugares, pero el escurridizo ladronzuelo no se dignó en aparecer. Supuse que se había asustado al enterarse que el Señor estaba en el pabellón por lo que cada día salía y recorría un camino diferente entre los árboles para tratar de rastrear su presencia.

Cada día el cuerno sonaba y yo no podía evitar rodar los ojos al pensar que ese chico en verdad creía que podría asustarme. A pesar de que sentía que me seguían y me devolvía sobre mis pasos no lograba encontrar nada que delatara la presencia de alguien más en el bosque.

Lo intentaba diariamente y sin embargo, al terminar la jornada regresaba a casa frustrado y con las manos vacías. Si tuviese algo en qué apoyarme, un trozo de tela, una huella, lo que fuese para sustentar mi teoría; todo sería más fácil.

Me dirigí a un pequeño pueblo cerca de Dover, éste estaba a unas quince millas de mi finca. Lo recorrí haciendo preguntas y fijándome en todos los chiquillos de la edad del ladronzuelo sin tener suerte.

Todos me respondían de la misma manera.

"No hemos visto a ningún muchacho como el que usted busca, su señoría."

Aunque me frustraba, eso era algo de suponerse ya que la distancia era bastante grande para ser recorrida a pie todos los días con la única intención de robar alimentos y ropa, pero quise agotar todos los recursos para poner en práctica mi último plan.

Venía de regreso del pueblo cuando una liebre cruzó el camino seguida de cerca por el ladronzuelo que estaba tan concentrado en su persecución que ni siquiera notó que estuvo a punto de ser arrollado por las patas de mi caballo si no hubiese tenido los suficientes reflejos para tirar de las riendas y detenerlo.

Todo sucedió tan rápido que no me dió tiempo a asimilar lo que hacía, salté del caballo una vez logré calmarlo, adentrándome entre los árboles pero fué en vano. Ni el chico, ni la liebre estaban a la vista.

Era como si ambos se hubiesen esfumado en el aire.

Maldije en voz alta y tan sonoramente que hasta un marinero se hubiese sonrojado.

Subí a mi caballo y lo azucé para que rompiera a correr. Quería regresar pronto al pabellón ya que, si como pensaba la liebre se había escapado entonces el fantasma de Callen haría su aparición esta noche para robar comida y yo necesitaba estar preparado para atraparlo.

La pregunta crucial era: ¿Qué haría con el muchacho una vez lo atrapase?

No tenía intenciones de entregarlo a la justicia ya que pensaba que debía robar para sobrevivir y nadie debía ser castigado por eso. Seguramente fuese un huérfano que tenía que hacer cualquier cosa para llevarse un trozo de pan a la boca.

Tal vez lo pondría a trabajar o podría tomarlo como pupilo.

Sonreí maliciosamente ante eso.

Sólo imaginarme el rostro de mi madre cuando le diera la noticia que había abrigado bajo mi ala a un huérfano y encima ladrón, me hacía querer soltar una carcajada.

Mi madre siempre a vivido entre algodones, cosa que hacía que le diera demasiada importancia al linaje y al dinero, y según ella, yo siendo el último duque de la familia Donovan Callen debería dársela también a la hora de tomar en cuenta a la jovencita que llevaría a mis herederos en su vientre.

Flor Salvaje Donde viven las historias. Descúbrelo ahora