Capítulo 8

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La miré triunfante cuando levantó sus ojos para encontrarlos con los míos, la decisión que había tomado se veía reflejada en ellos. Esperé unos cuantos minutos mientras ella parecía reunir el coraje para hablar, por su rostro corrieron una ráfaga de emociones antes de regresar a la fachada de blanca calma a la que me había acostumbrado.

-De acuerdo lord Callen, acepto su proposición. —Cuando empecé a sonreír ante mi triunfo levantó una mano para hacerme esperar.—Pero lógicamente tendremos que poner normas básicas.

-¿Normas básicas?

-Sí, nor-mas bá-si-cas.—respondió como si le hablase a un niño dividiendo cada una de las sílabas.—como las que sostienen cualquier sociedad, usted necesita que lo protejan de su mamita querida y yo de cualquier posible amenaza.—Enarqué una ceja ante su osadía.— Por lo que a ambos nos conviene este arreglo; lo único que quiero que quede claro son mis condiciones. No lo quiero indagando en mi pasado, ya le dije suficiente sobre mí y no me gusta rememorarlo o tener a las personas husmeando donde nada se les ha perdido.

A pesar de haber usado su usual tono altivo el dejo de pánico que la teñía no me pasó desapercibido.

Esas eran las contrariedades que me cautivaban de ella. Podía tratar de parecer la más fuerte de las mujeres cuando en realidad aún era una niña, aunque el desarrollo de su cuerpo dijese otra cosa, estaba seguro que no tenía los veinte años que proclamaba pero tampoco podía ser menor de dieciocho.

Un sentimiento de ternura me embargó al ver la frágil criatura frente a mí tratando de no mostrar su miedo. Lo único en lo que podía pensar era en protegerla de todo mal sin embargo, sabía que si le ofrecía mi mano para tratar de reconfortarla en estos momentos me la arrancaría o al menos lo intentaría.

De eso no tenía la menor duda.

-Está bien, no husmearé en tus asuntos siempre y cuando te comportes como la perfecta esposa que deseo.—suspiré dramáticamente antes de empezar a cercarla como un predador, observando cada ángulo de su cuerpo con ojo crítico.— tanto por hacer y tan poco tiempo…—Ladeé mi cabeza y suspiré apesadumbrado

-¿¡Disculpe!?.—chilló exaltada volteándose para encararme.

-Sí brujita, te disculpo. — hice otra pausa dramática.— no es tu culpa estar en esta condición tan…lamentable…—el fuego en sus ojos hizo que algo se removiera en mi interior por lo que sostuve uno de sus rizos pelirrojos y ella golpeó mi mano para liberarlo.—tu cabello necesita un corte y algún tipo de tratamiento para darle vida, tu piel está opaca y áspera pero nada que una buena frotada con limón, avena y miel no pueda arreglar, el cuerpo…— chasqueé mi lengua.— bueno no está mal, tal vez un par de buenas comidas pongan algo más de carne en esos huesos.—sonreí abiertamente al ver que con cada mención ella se tocaba la parte ofendida.—Los modales… bueno eso lo trabajaremos sobre la marcha, su alteza real está algo agria para los cánones de la sociedad de nuestros días.

-¿Agria?.—repitió incrédulamente su voz dejaba ver que estaba tan indignada al punto de haber perdido las palabras.

-Sí, agria ahora dime, ¿sabes bailar? No, eso me suponía. Bien empezaremos con tus lecciones hoy mismo y calculo que para el día de nuestra boda serás la perfecta dama de sociedad.

Su pecho se hinchó cuando tomó una amplia respiración.

-Acepto sus…—tomó aire nuevamente fulminándome con sus hermosos ojos.—comentarios sobre mi persona y acepto tomar sus… Lecciones.—volvió a repetir la operación y yo sonreí sabiendo que luchaba por controlar su temperamento.— pero quiero que entienda algo.—me espetó.— No pretendo ser una de esas zorras estiradas qué su única preocupación es casarse con alguien rico y reunirse a tomar el té y contar chismes, además... Quiero algo a cambio.

Flor Salvaje Donde viven las historias. Descúbrelo ahora