Capítulo 18

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No había terminado de sacarme el pañuelo del cuello cuando se acercó a mí con la gracia felina que la caracterizaba tomando para sí la tarea que mis manos habían empezado.

Sus ojos se conectaron con los míos y pude leer en su interior el hambre que los míos reflejaban. Hambre, que apareció en mi interior desde que la tuve bajo mi cuerpo la primera noche mientras se hacía pasar por un mozalbete, hambre que no había podido saciar en todas estas semanas y que estaba a punto de devorarme si no culminábamos este juego que había iniciado.

Mi camisa siguió a mi levita cayendo al suelo sobre la misma, sus manos acariciaban mi piel a medida que la iba dejando expuesta. Todos y cada uno de mis músculos estaban tensos y de mis labios entreabiertos salía una trabajosa respiración. Mis ojos estaban fijos en su cabeza inclinada tomando nota de cada pequeño movimiento que sus castaños rizos hacían cuando se movía. Sin embargo, cuando sus intrépidos dedos dieron con la cinturilla de mi pantalón mis manos la sujetaron mientras soltaba un entrecortado suspiro por entre mis dientes.

-Déjame esposo, es mi derecho y privilegio como tu mujer.—su voz fue ronca, baja y más seductora que un canto de sirena. Levantó su rostro y sus ojos brillaron con malicia y travesura.— Después de todo, ya lo he visto desnudo antes, su excelencia.

No pude evitar que mis labios se curvaran en una media sonrisa burlona cuando solté sus manos.

-¿Desde cuándo te has vuelto tan osada?

-Desde que el duque Alec Donovan Callen me pertenece ante los ojos de la iglesia y de los hombres.—su sonrisa fué coqueta y yo me estremecí ante el deje posesivo de su voz.

-Soy suyo para hacer lo que desee, mi señora.—hice una reverencia burlesca pero mi sonrisa se desvaneció cuando su mano entró en mis pantalones para acariciar la rígida y cálida piel que resguardaba.

Cerré mis ojos perdiéndome en la sensación de sus caricias, su mano estaba a punto de llevarme a la locura y yo estaba tan absorto en lo que me hacía que no me di cuenta cuándo me desprendí de mis zapatos y mis pantalones. Lo siguiente de lo que estuve consciente fue de haber sido guiado hasta la tina y de sujetarme a los hombros de mi esposa cuando cayó de rodillas frente a mí y su cálida boca ocupó el lugar de su mano haciéndome sisear y gemir vergonzosamente al encontrar mi liberación ante el pequeño roce de su cálida y húmeda lengua.

Hubiese podido morir de vergüenza en ese instante al haber culminado como un muchacho de quince años, pero la mirada de orgullo y su rostro lleno de satisfacción, mientras limpiaba las comisuras de sus labios después de haber bebido mi semilla, hicieron mi carga mucho más ligera.

-¿Dónde…dónde aprendiste a hacer eso?. —mi voz salía tan entrecortada como si hubiese estado practicando boxeo por horas.

-En uno de sus libros.—murmuró sonrojándose y bajando su rostro mientras me urgía a entrar a la bañera con premura haciéndome saber que estaba azorada.— los que guarda en la biblioteca.

Casi podía sentir mis cejas tocando mi cabello por la sorpresa que esto me provocó.—Esos libros están en el último anaquel, muy fuera de tu alcance.—Repliqué girándome en la tina y su rostro se volvió más rojo que antes. Sin embargo, no pude dejar escapar un suspiro de placer cuando la calidez del agua me rodeó y las espirales de vapores aromáticos llenaban mis pulmones lánguidamente.

Mi esposa no volvió a decir nada mientras se enfocaba en su tarea de limpiar mi cuerpo y yo no la iba a obligar ya que sabía muy bien de qué libro me hablaba. Era un texto sobre los placeres de la carne que me fue obsequiado por un comerciante hindú con el que el hice tratos y que tenía en mi biblioteca. Ahora no me extrañaba haber encontrado el libro traspuesto hace unos días. Había pensado que una de las sirvientas lo movió cuando Catherina ordenó limpiar los libreros tomando el mando de mi casa.

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