Capítulo 11

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Pasé las manos por mi cabello antes de prometerle a la mocita que volvería pronto como pudiera ganándome una mirada cargada de reproche.

Levantó su mentón y se arrellenó en las cobijas enarcando una ceja.

-Puede tomarse todo el tiempo que quiera mi señor, me siento bastante cansada así que lo más seguro es que cuando vuelva ya estaré descansando por lo que le agradezco tenga la gentileza y no se moleste en despertarme.—Se recostó en las almohadas con una postura regia y cerró los ojos fingiendo dormir. Como si no estuviese desnuda debajo de las sábanas, como si hace minutos no hubo estado retorciéndose bajo mi cuerpo y suplicando que la poseyese.

Fué mi turno de enarcar una ceja ante su osadía, pero preferí no entrar en discusión delante de mi ayuda de cámara por lo que cerré la puerta tras de mí y le asentí a Peter pidiéndole que indicara el camino traté de arreglar mi camisa, pero me percaté que era un caso perdido ya que la mocita la había rasgado en varios sitios. Eso me hizo sonreír lobunamente al imaginar la cara de horror de quien se haya osado a interrumpirme.

Cuando llegamos al rellano de la escalera detuve a Peter sabiendo que no sería escuchado e hice la pregunta que me estuvo carcomiendo desde que tocó la puerta de mi habitación.

-¿Quién llegó?

El pétreo rostro de Peter me dejó claro que no era una visita agradable o al menos a él no le agradaba, pero cuando me dijo un nombre de una de las pocas personas a quien yo pensaba no volvería encontrar en mi camino me quedé algo pasmado.

¿Qué quería?

¿Para qué me necesita?

¿Por qué no había ido con Erwwan en primera instancia?

Abrí la puerta del salón recibidor y junto a la ventana estaba la pequeña forma envuelta en una capa negra que la cubría de pies a la cabeza de Amelia Harper, una de las cortesanas más renombradas de toda Inglaterra.

- ¡Alec!.—Suspiró dándose la vuelta y llevándose la mano a la garganta como si la hubiera asustado, para luego romper a llorar.

Miré a Peter, quien encendía los candelabros para proporcionar más luz, enarcando una ceja a tal teatral escena ya la familiaridad con la que usó mi nombre. Era bien sabido que una buena cortesana debía saber actuar y la que tenía frente a mí era una de las más versadas en ambos talentos. Necesitaba hacerla marchar mi reputación no me importaba, pero la de la mocita era otra cosa. Sin embargo, por pura cortesía no podía echarla sin saber porqué había viajado tan lejos y por qué había recurrido a mí en lugar de a su protector, aunque dudaba que Erwwan lo siguiera siendo ahora que se había comprometido, pero con mi amigo nunca se sabía .

Le sonreí ofreciéndole asiento y serví una copa para ambos porque estaba seguro de que al menos yo la necesitaría.

-Dime Amelia, a qué debo el placer de tu inesperada visita.— traté de ocultar el sarcasmo de mis palabras, pero por la manera en la que su frente se frunció no tuve mucho éxito mostrando mis sentimientos.

-Tengo un gran problema.— volvió a sollozar sacándose un pañuelo de en medio de los senos para secarse las lágrimas de manera demasiado sugestiva para alguien que aseguraba estar afligido.

La miré impasible moviendo el contenido de mi copa esperando a que continuara.— Supongo que sabes que Erwwan se va a casar.— ​​volvió a sollozar ocultando su rosto en su pañuelo.

Amelia había sido la amante favorita de Erwwan por largo tiempo, pero ninguno de los dos había sido exclusivo en su relación. Cada vez que Erwwan se enfrascaba en alguna correría con alguna viuda o la esposa de algún noble, Amelia aceptaba en su cama a cualquiera que pudiera pagar su alto precio. Por lo que no entendía la razón de su supuesta desazón, no es que ella hubiera guardado cándidos sentimientos por mi amigo. Bueno, ningún sentimiento que no incluyera lo que podía sacar de beneficio.

Flor Salvaje Donde viven las historias. Descúbrelo ahora