Capítulo 7: Una fiesta clandestina

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Al día siguiente Alonso no fue a la universidad. Él había sido invitado por la escuela a tocar varias canciones para un evento que habían organizado para los niños pequeños. Como él era bueno para tocar la guitarra, los profesores no dudaron en invitarlo. Ese día Alonso no tenía muchas clases en la universidad, por lo que pensó que faltar no le haría tan mal. Además, necesitaba aclarar la cabeza un poco después de que se enteró de que su hermano ha desaparecido. De modo que aquel día, Débora y Alonso fueron juntos a la escuela. 

Max los trasladaba en el Jeep, como siempre. Sin embargo, en él reinaba un silencio total que nadie se atrevió a romper. Alonso ni siquiera se había molestado en poner música en la radio, lo cual él solía hacer casi siempre cuando él se sentaba en el asiento del copiloto, como en aquel día. Nadie hablaba, ni siquiera Max, y Débora no tenía ni siquiera ganas de revisar sus redes sociales, como lo hacía cada mañana antes de entrar a clases.

Recién cuando llegaron al aparcamiento del colegio, abrieron la boca para despedirse. Después Débora caminó junto a su hermano en silencio, cada uno ensimismado en sus pensamientos. Al final fue Alonso quien lo rompió.

-Eso de Abel ya no me deja ni dormir, hermana. Tengo mucho miedo -dijo.

-Yo también -confesó la chica-. Lo peor es que la policía todavía no ha encontrado pistas.

-Sí... -Alonso calló por unos momentos antes de volver a hablar-. Oye, ¿fuiste a su casa ayer?

-Sí, pero no encontré ninguna pista -mintió Débora-. Solo vi a Yaritza. Ella estaba devastada, porque terminaron el viernes.

-Sí, ya me enteré. Dios, todo esto es tan terrible. A veces odio a Abel por desaparecer de esta forma.

-Yo también, lo juro.

Ambos volvieron a callarse y entraron al aula. Caminaron juntos por un tiempo hasta que Débora alcanzó su sala de clases.

-Bueno, hermana, te deseo un buen día a pesar de todo y cuídate mucho. Te quiero -se despidió Alonso entonces-. Yo estaré aquí si cualquier cosa.

-Igualmente, gracias. También te quiero -se despidió Débora con una sonrisa de labios. Alonso le revolvió el cabello y luego se alejó de ella a grandes zancadas, con la guitarra colgando en su espalda. 

La chica a veces deseaba poder tocar la guitarra tan bien como él, pero cuando lo intentó, no logró sacar otro sonido que un penoso "run, run".

Catita y Marlene ya la esperaban cuando ella entró a la sala. Faltaba un poco para que sonara el timbre, por lo que todos los alumnos se encontraban dispersos y conversaban, incluso Emir y Elyaas, quienes ya parecían haber encontrado su lugar en el curso.

-¡Qué bueno que llegaste antes! -gritó Marlene emocionada una vez que la chica las alcanzó-. Te tenemos grandes noticias. Esta noche habrá una fiesta clandestina en la ciudad y es necesario que tú también vayas.

Débora pestañeó primero antes de contestar.

-¿Qué? ¿Una fiesta en un día martes? Mi madre jamás me dejaría ir.

-Pero sí que lo va a hacer, porque nos tienes a nosotras, querida.

-Pero... Lo que menos quiero hacer ahora es festejar. Mi hermano desapareció.

Catita le puso una mano en el hombro para calmarla.

-Por eso debes ir. Tu hermano siempre iba a esas fiestas. Es una fiesta gigante que se llama Grego, ni idea por qué, pero así se le conoce. Se realiza en las afueras de la ciudad, lejos de la policía y de los ciudadanos corrientes. Estoy segura de que si vamos, encontraremos pistas sobre tu hermano.

Entre callejones y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora