Capítulo 2: Ausente

10 0 0
                                    


La mañana había estresado un poco a Max. Estaba cansado de que sus hijos no valoraran su esfuerzo de levantarse todos los días temprano para ir a dejarlos al colegio y a la universidad y veces pensaba seriamente en decirles que deberían empezar a movilizarse de forma independiente. Sin embargo, no soportaba la idea de no ver a Alonso en tanto tiempo. Estaba seguro que si no lo trasladara a la universidad, no lo vería casi nunca, puesto que en casi todos los fines de semana tenía un programa distinto a pasar el tiempo con su padre. Aquella mañana se sentía un poco afortunado, ya que no alcanzaron a pillar el embotellamiento propio de las mañanas, pero tan solo el esperar hasta que sus hijos por fin estaban listos lo ponía tenso. 

A veces envidiaba un poco la vida de su esposa. Ella no tenía esas preocupaciones y podía decidir todo por ella misma, marcando su propio estilo y ritmo. Quizás esa era la razón por la cual ella no quería trabajar. Él nunca había logrado entenderla del todo, ya que su estilo de vida hacía que ella prácticamente llevara una vida de ermitaña, lejos de la vida que aquejaba a millones de personas todos los días. Además, no le gustaba mucho relacionarse con otras personas y se mostraba desconfiada con cualquiera que tuviera algo que iba fuera de sus estructuras convencionales. Como los amigos de Abel. Ella tenía prejuicios contra los tatuados y los que llevaban piercings, como si todos los que llevaban algo así fueran criminales o algo parecido. Eso era lo que le molestaba de Elsa, pero a pesar de eso, la amaba. Aunque prefiriera pasar el día completo con sus dos dóberman o cuidando el jardín, en vez de desenvolverse en alguna empresa, como él lo hacía desde hace muchos años. Él no podía imaginarse una vida sin su esposa y daría todo por ella, costara lo que costara. 

Su colega, Martin, ya estaba en la oficina cuando él entró. Lo saludó con su jovialidad y amabilidad de siempre, feliz de verlo otra vez luego del fin de semana. Tampoco él tenía muchos amigos y se contentaba cuando podía hablar con Max para poder comentarle las buenas nuevas. Se tomaron un café mientras conversaban un poco sobre la vida y reían. Tan solo faltaban unos minutos para que la jornada laboral comenzara y prefirieron pasar el tiempo relajándose un poco. Tanto a él como a Max les gustaba estar en la oficina antes de tiempo para no caer en estrés.

Estaban tan relajados que al comienzo no escucharon el golpeteo en la puerta. Al segundo golpeteo, que fue más fuerte que el anterior, los dos recién se giraron para ver de quién se trataba. Era el señor Gordon, su jefe, y no tenía expresión de estar en su mejor momento. Se veía más bien preocupado y tenso, algo que desconcertó a Max, ya que por lo general tenía un estado de ánimo alegre.

-Disculpa que les moleste -dijo el señor Gordon-. Espero que hayan tenido un buen fin de semana -el jefe tomó una pausa y añadió, dirigiéndose a Max-: Señor de la Corte, ¿me permite conversar a solas con usted un ratito?

Preguntándose qué habrá sucedido para que el señor Gordon quisiera hablar con él a solas, Max se levantó de su asiento y salió de la oficina. 

-Acompáñeme a la oficina -le dijo su jefe. Se veía demasiado tenso, lo que indicaba que algo realmente no iba bien. Esperaba que no quisiera despedirlo. Eso sería lo último que Max deseaba en ese momento.

Una vez en la oficina, el señor Gordon cerró la puerta para asegurarse de que nadie pudiera oírlos y se sentó en su silla giratoria. Invitó a Max a sentarse en la silla del frente y tomó un largo suspiro antes de comenzar a hablar.

-Señor de la Corte, usted sabe tan bien como yo que nosotros siempre hemos tenido una buena relación de trabajo. De hecho, nuestra relación es tan buena que incluso acepté darle una oportunidad a su hijo para que trabajase en esta empresa.

Un ligero escalofrío recorrió la espalda de Max. Que su jefe comenzara con ese discurso solo podía significar una cosa: Que ya no lo quería en la empresa. Tan solo el imaginarse las consecuencias que producirían eso hizo que se le pusieran los nervios de punta.

-Su hijo nos hizo una promesa: cumplir todos los días con su deber. Sin embargo, hoy por alguna razón, faltó a su deber sin previo aviso y eso me tiene preocupado. 

Max pensó que no escuchó bien.

-¿Que mi hijo...? - titubeó sorprendido. Dentro de todas las posibilidades, esa era la que menos se esperaba.

-Así es. Hoy su hijo no se presentó al trabajo y quería preguntarle si usted ha sabido algo de él, ya que no contestó a ninguna de mis llamadas. Hoy tenía que retirar la basura temprano y como él se ha ausentado, la basura sigue ahí. Finalmente tendrá que hacer el trabajo uno de sus colegas.

El corazón de Max empezó a latir con rapidez. La ausencia repentina de Abel siempre era una mala señal.

-No, no he hablado con él desde hace varios días, si le soy sincero -contestó Maximiliano-. Pero veré si puedo contactarlo. En una de esas tenga más suerte que usted.

-Sí, por favor... De verdad que me haría un favor muy grande.

Max hurgó en el bolsillo de su pantalón para sacar su móvil. Desconectó el modo avión y entró a sus contactos, buscando el número de su hijo mayor. Una vez que lo encontró, lo marcó y esperó un poco. Sin embargo, la llamada se transfirió de inmediato al buzón de voz.

-Está desconectado -le informó a su jefe. 

-A mí me pasó exactamente lo mismo - dijo el señor Gordon con frustración-. Ese jovencito tendrá que darme una buena explicación mañana si quiere conservar su empleo.

-Espere un poco -lo interrumpió Max-. Llamaré a su madre. En una de esas ella sepa algo. 

Dicho esto, Max buscó el número de Madame Eloísa y la llamó.

Al tercer timbrazo pudo escuchar la voz fresca y relajada de su ex esposa. Cada vez que ella sonaba de esa forma, era porque recién se había duchado.

-Hola, Maxie. ¡Vaya sorpresa escuchar de ti! ¿Qué hizo que te acordaras de mí? -la voz de Eloísa sonaba ligeramente coqueta.

-Hola, Eloísa, escucha. Se trata de Abel, es muy urgente -le dijo Max con tono rápido y claro.

-Ay, no -la mujer cambió de una voz coqueta a una preocupada-. ¿Qué le pasó a mi polluelo mayor?

-Lo mismo me preguntaba, porque hoy faltó al trabajo. Quería preguntarte si acaso tú has sabido algo de él.

-Ay, Maxie, lamento mucho decirte que no he sabido nada de él desde el viernes en la tarde. De hecho, ayer su mejor amigo, Italia, me llamó también para preguntarme por él, pero creí que estaba de viaje con su novia o algo parecido. 

-Bueno, Eloísa, eso era todo. Muchas gracias, que tengas un buen día. 

-¿Crees que debo llamar a la policía? 

-Por ahora esperaremos a que Abel se comunique otra vez. Te llamaré en cuanto sepa algo, adiós -luego Max colgó-. Nada -le anunció a su jefe-. Su madre no ha hablado con él desde el viernes.

-Seguramente se fue de parranda el fin de semana y ahora está durmiendo. No me sorprendería -el humor del señor Gordon había empeorado un poco-. Bueno, señor de la Corte, puede regresar a su trabajo. Gracias por su ayuda. 

Max regresó a su oficina con una mala sensación en el estómago. No sería la primera vez que Abel desapareciera por un par de días, porque se había quedando festejando en alguna parte. De hecho, la mayoría de los empleos los había perdido debido a ello. Con ese nuevo empleo, pensó que Abel por fin había madurado y que valoraría la oportunidad que se le dio, ya que hace mucho tiempo que no hacía algo parecido. Sin embargo, ya no estaba tan seguro de ello. 

Tal vez Eloísa tenía razón. Si no reaparecía durante el día, realmente tendría que considerar la opción de llamar a la policía.







Entre callejones y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora