Capítulo 17: La verdad

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Débora estaba tan pasmada por cómo se saludaron Grego y su padre que no supo cómo reaccionar. Su madre e Italia se veían igual de perplejos que ella. Todo aquello simplemente no tenía sentido. Su padre no tenía más hijos que Abel, Alonso y ella misma. Si tuviera más, de seguro se los habría contado, ¿o no? 

-¿Nos dejarás pasar? -preguntó Max inseguro, lo cual confundió aún más a Débora. Jamás había visto a su padre tan dubitativo.

-Claro -respondió Grego, haciéndose a un lado y mirando hacia el suelo.

Max entró junto a su esposa e Italia.  

-¿Por qué metes a mi otra hija en esto, Gregorina? -preguntó el padre de Débora entonces-. Ella no sabe nada de todo esto. 

-Ni yo -intervino Elsa entonces-. Max,  ¿qué está pasando aquí?

El padre de Débora metió las manos en sus bolsillos, mientras pensaba en una forma de contestar a la pregunta de su esposa de la mejor manera posible. 

-Es difícil de explicar... -comenzó a decir entonces.

Débora sentía cada vez más que estaba en una pesadilla. 

-¿Papá...?

-¿Puedo sentarme? -le preguntó Max a Grego entonces casi con cortesía.

-Sí -dicho esto, Grego lo llevó hasta el sofá. Yaritza continuaba vigilando a Débora, aunque con la atención puesta en la escena que se estaba montando. Era evidente que ella tampoco sabía lo que estaba sucediendo realmente. 

Una vez que Max se sentó, Grego les preguntó a Elsa e Italia si también querían sentarse. Elsa aceptó e Italia prefirió quedarse de pie. 

-Ahora explíquenme qué es lo que está sucediendo aquí, que todo esto me tiene vuelta loca -dijo la madre de Débora entre desesperada y confundida. 

-Mi amor -comenzó a decir Max-. Si te cuento, ¿me prometes que no me dejarás?

Grego puso los ojos en blanco al escuchar esa pregunta.

-Pero abandonarme a mi y a mi madre no te importó, pedazo de mierda -intervino venenosa. 

Elsa abrió grandes los ojos al escuchar hablar a Gregorina a su esposo de este modo y luego dijo con la voz rota, mientras miraba a Max fijamente:

-Solo quiero escuchar la verdad.

Max suspiró y le tomó las manos a Elsa. 

-Tenía diecisiete años. Eloísa y yo apenas llevábamos seis meses siendo novios. Éramos jóvenes, tontos, impulsivos... y estábamos enamorados -Elsa soltó un suspiro disimulado cuando Max terminó la última frase-. Creíamos que teníamos el mundo ante nuestros pies, pero nos equivocamos. Íbamos todos los fines de semana de parranda, bebíamos y comíamos hasta más no poder, nos veíamos cada vez que podíamos... En fin, pasábamos mucho tiempo juntos, quizás demasiado. A los padres de Eloísa no les gustaba que estuviera conmigo, ya que temían que la llevara por un mal camino, y en parte tenían razón. Cuando Eloísa tuvo un retraso de tres semanas de su período, decidimos que se hiciera una prueba de embarazo. Como ya se podrán imaginar, salió positivo. Los padres de Eloísa se volvieron locos. Me reprocharon el haber arruinado el futuro de su hija y me prohibieron verla durante cinco meses. Fue un momento duro para ambos. No saber si mi novia estaba bien me tenía vuelto loco. Ya ni siquiera comía bien y de tanto estrés me metía en peleas callejeras que a veces me hacían terminar herido. Mis papás al final se preocuparon tanto por mí que en algún momento pensaron en meterme a terapia. No obstante, yo no quise que nadie me ayudara, ya que no había nada que haría cambiar lo que yo sentía. Cuando volví a ver a Eloísa, fue el momento más feliz de mi vida. Su barriga estaba grande y el embarazo la hacía verse más hermosa de lo que ya era. Perdón, Elsa, si te digo estas cosas a la cara, pero en ese momento yo estaba profundamente enamorado. 

Entre callejones y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora