Cuando Emir detuvo el vehículo al frente de la casa de Marlene los chicos sentían que lo que vivieron hace unos momentos tan solo fue el producto de su imaginación. La tranquilidad propia del barrio de lo que era el hogar de la mejor amiga de Débora desde su más temprana infancia no tenía ninguna comparación con el desolado inframundo que se ocultaba en las afueras de Rosendorf.
Ahí nunca se escuchaban disparos y cuando alguien osaba subir el volumen de la música más de lo que se podía considerar respetuoso, no pasaba mucho tiempo hasta que la reclamación de un vecino hacía intervenir a la policía. Emir y Elyaas también se dieron cuenta de ello. Ellos no estaban acostumbrados a esa tranquilidad, de hecho, no la conocían. Por ello, se sorprendieron cuando aterrizaron ante aquella casa y lo único que podían escuchar era el susurro del viento en las hojas de los árboles que bordeaban el pequeño parque que se encontraba al frente de la casa de Marlene.
-Muchas gracias por traernos, chicos -agradeció Catita-. De verdad lo apreciamos mucho.
-No hay de qué -dijo Elyaas-. Pero yo que ustedes tendría cuidado en el futuro. Aquel no es un lugar para chicas como ustedes.
-Lo mismo podría decir de ustedes -replicó Débora-. ¿Por qué tienen que absolver sus negocios precisamente ahí?
-Porque no tenemos alternativa -contestó Emir, mirando a Débora fijamente a los ojos-. Nosotros venimos de un país que ya no nos tiene nada que ofrecer y aquí no tenemos los medios suficientes para sobrevivir. Podemos estudiar, claro. Pero aquello nos tomaría muchos años. Ya llevamos cinco años aquí y aún no logramos manejar el alemán tanto como se espera acá. No tenemos muchas oportunidades aquí tampoco y aun así tenemos que sobrevivir, generar dinero. Un bar de shisha es lo mejor que podríamos hacer ahora. Es un negocio legal y rentable. Nada sucio... ni ofensivo. Sin embargo, la persona que nos ayuda en ello solo habla de sus negocios en esas fiestas.
-¿Tan dependientes son de ese hombre que tienen que arriesgarse tanto?
-Es la única persona que conocemos que está dispuesta a ayudarnos -respondió el de los ojos verdes-. No hay mucha gente que ayuda en ello, niña. Hay mucha concurrencia en ese negocio.
-No me digas niña -Débora se molestó un poco por el apodo que le dio Elyaas. Marlene le tocó el brazo para señalarle que se calmara y se dispuso a despedirse.
-Muchas gracias por traernos, pero tenemos que ir a dormir -dijo con diplomacia-. Mañana tenemos clases. Creo que ustedes tienen que hacer lo mismo.
-Sí, es verdad -añadió Catita-. Tenemos que ir a dormir. Muchas gracias -y dicho esto, las chicas se dieron media vuelta y se encaminaron hacia la verja.
Estaban a punto de desaparecer tras la verja cuando Emir dijo:
-Ey, Débora, espera.
La aludida se dio la vuelta para mirar al chico con cara de interrogación.
-Tengo que decirte algo -dijo el joven, con las manos en los bolsillos.
-¿Qué cosa? -contestó la chica. Entonces sintió cómo Marlene le daba un pequeño puntapié a escondidas, como si estuviera preguntándole a qué estaba esperando-. Bueno, voy donde ti.
Débora abandonó la verja y se acercó hacia donde estaba Emir, mientras Catita y Marlene esperaban delante de la puerta de la casa.
-¿Qué quieres decirme?
-¿Podemos hablar en privado? -preguntó el chico.
La joven sintió cómo su corazón aumentó el ritmo de sus palpitaciones y agradeció que la oscuridad ocultara sus mejillas sonrosadas.
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Entre callejones y sombras
Mystère / ThrillerEN PROCESO Débora no tenía la familia más tranquila del mundo. Con sus alocados medio hermanos, su estricta madre y su relajado padre lo tenía todo menos paz y tranquilidad. Las cosas empeoraron cuando su hermano mayor desapareció repentinamente si...