Capítulo 3: Los compañeros nuevos

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Por lo general, en las mañanas los alumnos no tenían la energía que los profesores esperaban de ellos, pero aquel día las cosas eran un poco diferentes. Como casi todos ya estaban enterados de la llegada de los nuevos compañeros, la curiosidad y emoción recorría el aula. Las chicas parloteaban emocionadas, imaginándose cómo serían esos chicos, si se veían como los hombres en las teleseries turcas o no, y los chicos se preguntaban si podrían congeniar con ellos. La única a la que no parecía interesarle mucho el tema era a Débora.  Ella no veía por qué había que hacer una escena solo porque llegaban chicos extranjeros y además no estaba para nada interesada en un romance desde que Diego le falló. 

Ni siquiera Isaac, un chico un año mayor que ella que tuvo que repetir el tercer año de secundaria por notas débiles, había logrado conquistarla. Él lo había intentado desde que la conoció, sin embargo, era una misión prácticamente imposible. Marlene y Catita le solían decir que era un buen chico, pero ella solo veía en él a un chico demasiado flojo para los estudios al que le gustaba mostrarse e imponerse ante los demás. Siempre se peinaba el cabello con tanto gel que parecía que se hubiera echado el pote entero y usaba chaquetas llamativas que se podían ver desde lejos. Cuando él pasaba por los pasillos le gustaba coquetear a las chicas junto a su mejor amigo y cuando ella por casualidad pasaba por su lado, le decía "hola, fea", igual como lo hacía Hache en la película Tres Metros Sobre el Cielo. De hecho, él la recordaba bastante al personaje interpretado por Mario Casas, aunque éste último estuviera definitivamente mucho más bueno.

-¡Silencio! -la voz chillona de la señora Schneider interrumpió el parloteo de los alumnos. Ella era la profesora de matemáticas y no era muy conocida por su simpatía-. Hoy, como ya muchos sabrán, nos toca dar la bienvenida a dos alumnos nuevos que tendrán la dicha de poder compartir el aula con nosotros. Ellos vienen de muy lejos, de Afganistán, y esperan que se puedan sentir muy cómodos en este curso. Yo espero de ustedes que sean respetuosos con ellos y los integren en sus actividades. Ellos no han tenido una vida fácil y han tenido que recorrer un largo camino para poder estar acá. 

Dicho esto, la puerta de la sala se abrió para dar paso al director del colegio, que iba seguido de dos muchachos altos que parecían ser los afganos. El primero tenía el cabello negro, brazos fornidos y unos luminosos ojos azules que resaltaban en su rostro moreno. Parecía ser mucho mayor que todos los chicos de la clase y transmitía una seguridad en sí mismo que era sorprendente para alguien que era nuevo en una clase y tenía que presentarse ante todos. El segundo era bastante más delgado que el primero. Tenía la tez muy blanca, pequeños ojos marrones y el cabello ondulado, el que se había peinado hacia atrás a propósito para que se viera más estiloso. Tenía una forma de caminar muy particular, meneando su cuerpo de lado a lado con cada paso que daba, y se notaba que le gustaba vestirse con estilo, ya que llevaba puesto una chaqueta de cuero negra y unos jeans ajustados oscuros, los que acompañaba con zapatillas blancas. 

-Ellos son Elyaas y Emir -los presentó la profesora-. Démosle un fuerte aplauso de bienvenida -y dicho esto, ella comenzó a aplaudir con fuerza. Los demás la siguieron motivados y Emir soltó una pequeña sonrisa. Débora se dio cuenta entonces de que tenía los dientes muy pequeños.

Después del aplauso, los chicos pudieron presentarse. Ellos no hablaban el alemán de forma perfecta, pero sí se podía entender lo que querían decir. El de los ojos azules ya tenía veinte años y había pasado varios meses caminando hasta que por fin pudo llegar a Europa. Primero tuvo que aprender alemán antes de poder postular a cualquier escuela y en ese momento estaba probando suerte para poder hacer algún técnico después del colegio. Emir era un año menor que Elyaas y su anhelo más grande era abrir su propio negocio algún día. En Afganistán había tenido su propia tienda de ropa y le gustaría tener algo así otra vez. Le gustaba jugar fútbol y pasar los fines de semana con sus amigos. "Mit seinen Kollegen", como dijo en ese momento.

A Débora ninguno de los dos le pareció muy fascinante. Eran atractivos, pero el modo en que se presentaban le recordaba a lo que su madre llamaría un gigoló. De hecho, Emir le recordaba un poco a Abel en el modo en que se vestía. 

En el receso, Marlene y Catita fueron de inmediato al encuentro de Débora para preguntarle qué le habían parecido los compañeros nuevos.

-Bien -contestó la joven simplemente, mientras sacaba su celular.

-¿Bien? -Marlene no podía creer su respuesta-. ¡Mujer, están buenísimos! El de los ojos azules... Uff. Creo que tengo que hablarle. 

-Calma, pequeña fiera -la tranquilizó Catita-. Recién han llegado. Tienen que integrarse primero.

Las chicas dirigieron su mirada hacia los afganos, quienes ya se encontraban en una esquina de la sala entablando una conversación con un grupo de chicos. Claramente aquel no era el momento para hablar con ellos.

Débora se dio cuenta entonces que su padre le había enviado varios WhatsApps. Preocupada, entró al chat para ver si todo estaba bien.

-¡Oh, no! -exclamó al ver lo que decían los mensajes. Lo dijo tan fuerte que el grupo completo, incluso los afganos, se voltearon para mirarla.

-¿Qué pasó, Deby? ¿Está todo bien? -inquirió Catita preocupada.

-No -respondió Débora con un nudo en la garganta-. Mi padre dice que Abel se ha ausentado en su trabajo hoy y me preguntó si yo he sabido de él. Que se ausente de ese modo nunca ha sido una buena señal.

-Ay, no... Ya, pero tranquilízate. Seguramente reaparecerá durante el día -la intentó calmar Marlene.

-Eso espero... 

Débora se mordió el labio y le respondió a su padre que no había hablado con Abel en los últimos días. No pasó mucho tiempo hasta que su padre se conectara y la llamara. 

-Lo siento, chicas, tengo que salir un ratito -dijo, mientras salía de la sala para poder hablar con su papá con más tranquilidad. Marlene y Catita solo asintieron y luego se intercambiaron una mirada de preocupación.

Una vez afuera, la joven deslizó el dedo en la pantalla de su celular para poder contestar.

-¿Aló? ¿Papá? 

-Hola, hija -la saludó Max apresurada-. Estoy en el trabajo ahora y en realidad no tengo permitido usar mi celular para asuntos privados, pero ahora se trata de algo muy importante. Como ya te escribí por WhatsApp, Abel se ausentó al trabajo hoy y resulta que está totalmente desconectado, lo que me tiene preocupado. Pienso que... tal vez... -Max se quedó sin habla.

-Sí, papá, entiendo a lo que te refieres -lo interrumpió Débora. Un mal presentimiento se asomaba a su pecho al imaginarse a lo que se refería su padre.

-El caso es que necesito que me hagas un favor -continuó Max al cabo de unos segundos-. Quiero que contactes a Italia. Si Abel no reaparece hoy, necesitaremos de su ayuda para buscarlo.

-Está bien, papá. Lo haré en cuanto pueda.

-Gracias, hija, eres un sol. Bueno, hablamos cuando estemos en casa. Hasta pronto y que estés bien.

-Hasta pronto, papá -y dicho esto, Max colgó.

Débora se quedó un buen rato con el celular en la mano, preguntándose en qué lío se habrá metido su hermano mayor esta vez. Estaba tan absorta imaginándose todo lo que podría haber sucedido, que la voz repentina de Isaac casi le dio un susto de muerte.

-Ey, fea. ¿Está todo bien? Perdón si te asusté -le había dicho el chico. Estaba prácticamente de pie delante de ella y la miraba fijamente. Débora se fijó en que esta vez tenía el cabello peinado hacia arriba, de modo que se le paraba en puntas, haciéndolo parecer un puerco espín. La chica pensó que Cabeza de Erizo no sería un mal apodo, pero prefirió guardarlo para sí misma.

-No, la verdad es que no tanto -respondió Débora en cuanto se hubo recuperado del susto-. Pero no pienso conversarlo contigo.

Cabeza de Erizo levantó sus manos en señal de rendición.

-Está bien, solo preguntaba -dijo, mientras se alejaba-. Sabes que si necesitas a alguien con quien conversar, puedes contar conmigo.

Entonces Isaac se alejó definitivamente y volvió a entrar a la sala. No faltó mucho tiempo para que Débora tuviera que hacer lo mismo, ya que justo un poco después volvió a sonar el timbre para señalar que el receso había terminado.




Entre callejones y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora