Capítulo 8: Underground

6 0 0
                                    


Débora sentía cada vez mayor preocupación a medida que se iban acercando al misterioso lugar en que se encontraba la fiesta. El hermano de Marlene conducía con cuidado mientras pasaba por los caminos, que a veces se dirigían a túneles y caminos solitarios y oscuros que no parecían estar muy habitados hasta que se veían las zapatillas que colgaban en los cables de los postes de luz. Entonces la chica se dio cuenta de a qué clase de lugar se dirigían.

-Quiero regresar -dijo ella con un nudo en el estómago. 

Marlene y Catita se sorprendieron tanto que se giraron para mirarla.

-Pero si ya llegamos... -dijo Marlene-. ¿No quieres saber dónde está tu hermano?

-Sí, pero tengo miedo -confesó la chica-. ¿No ves a la clase de lugar al que estamos yendo?

Marlene y su hermano se intercambiaron una mirada.

-Puedo llevarla de vuelta a casa -dijo él con voz tranquila-. No hay problema.

-¡No! ¡Está bien! -cambió de decisión Débora entonces-. Me quedaré. Necesito saber dónde está mi hermano. 

-¿Segura? -preguntó Catita-. Nosotras podríamos averiguarlo por ti también.

-No, está bien. De verdad que está bien. Me quedaré.

-Bueno, es tu decisión. Pero puedes estar segura de que no te dejaremos sola. Lo prometemos.

Débora asintió nerviosa y entonces los cuatro se dispusieron a salir del vehículo. Habían llegado ante una gigantesca verja que se encontraba tapada con grandes trozos de madera y cartón. A su alrededor se encontraban unos cubos gigantes de basura que estaban tan llenos que parte de la basura se había dispersado por el suelo, dándole un aspecto más penoso al lugar. 

De repente la verja se abrió, dando paso a dos fornidos hombres con ropa holgada que tenían aspecto de ser tipos rudos. Débora se fijó en que sus brazos y cuello estaban totalmente tatuados y que uno de ellos tenía un diente dorado.

El más fornido de los dos les hizo un gesto con la cabeza, sin decir nada. Las chicas se dieron cuenta que en el bolsillo de su pantalón guardaba un arma. Un escalofrío recorrió la espalda de Débora. Definitivamente no fue una buena idea ir a esa fiesta o lo que fuese.

El hermano de Marlene le mostró entonces a los tipos un pase que indicaba que las chicas eran bienvenidas.

El tipo asintió otra vez con la cabeza y les indicó con un gesto de la mano que podían entrar. Débora y sus amigas se despidieron del hermano de Marlene.

-Gracias por traernos -dijo Marlene, abrazando a su hermano.

-De nada. Acuérdense de lo que les dije -el hermano miró a cada una de la chicas atentamente-. Ante el primer evento extraño, me llaman y las iré a buscar, ¿de acuerdo?

-Sí -respondieron las tres al mismo tiempo.

-Bueno, que lo pasen bien y tengan cuidado con las bebidas. Aquí no se puede confiar en nadie. Hasta pronto.

Dicho esto, el pelirrojo se alejó  y entró a su auto. Las chicas esperaron a que se alejara y entonces se tomaron del brazo y se encaminaron hacia la verja, con los tipos rudos siguiéndolas.

-Tan solo caminen hacia adelante y encontrarán la fiesta -dijo uno de ellos. Las chicas asintieron inseguras. Esos tipos les daban muy mala espina.

Una vez que cruzaron la verja, pudieron ver las luces que iluminaban el sector del otro lado. Una fuerte música resonaba en el ambiente y mucha gente se encontraba parada por doquier tomando bebidas con aspecto extraño y charlando entre sí. Sin embargo, el hermano de Marlene tenía razón. Era otra clase de gente a la que estaban acostumbradas. La mayoría eran criminales o estaban ahí para repartir sus drogas. La chicas se dieron cuenta por el aspecto que tenían. La mayoría exudaba un aura que ellas solían evitar. 

Entre callejones y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora