Débora había intentado llamar por enésima vez a Abel cuando ya se encontraba prácticamente delante del vehículo de su padre, que ya estaba esperándola en el aparcamiento del colegio. Sin embargo, su hermano no contestaba. La compañía de su móvil la mandaba directamente al buzón de voz apenas marcaba su número. Maldiciendo por lo bajo, abrió la puerta del copiloto y entró al Jeep. Catita y Marlene ya se habían ido, por lo que se encontraba caminando sola.
-Hola, papá -saludó a su padre-. ¿Aún no has sabido nada de Abel?
-Nada -le contestó él-. Tiene su móvil apagado. ¿Has podido contactarte con Italia?
-No, aún no. Cuando llegue a casa lo voy a hacer. Oye, ¿pero qué hay de su novia?
-Tampoco contesta el teléfono. Por eso necesito que Italia nos ayude. Él tiene una buena relación con ella y será más fácil que él vaya a su casa para sonsacarle cualquier información acerca del paradero de Abel, ya que tú sabes que nosotros no somos muy unidos que digamos.
A la novia de Abel Max no le agradaba, puesto que ella pensaba que él controlaba demasiado a su hijo, lo cual ella detestaba. De modo que su relación no consistía en más que en mera cortesía cada vez que se veían.
-Sí, papá, no te preocupes. Lo llamaré apenas llegue a la casa -dicho esto, el padre hizo ademán de arrancar el motor, pero fue interrumpido por un chico que de repente se acercó a la ventanilla de su lado izquierdo, que tenía abierta, para preguntarle si podría llevarlo al centro.
Débora giró su cabeza para ver de quién se trataba y entonces vio que era Cabeza de Erizo. Él no parecía encontrar la forma de rendirse, pensó desanimada. Lo más disimulada posible, le suplicó a su padre con la mirada que le dijera que no, mientras formaba una gran "o" con sus labios. Pero hasta que por fin la vio ya era demasiado tarde. Max ya había asentido y Cabeza de Erizo se encontraba dirigiéndose a una de las portezuelas traseras para poder entrar al vehículo.
-Muchísimas gracias por llevarme -dijo Isaac una vez adentro-. Oh, hola, Débora.
-Hola -respondió la chica simplemente.
Obviamente Cabeza de Erizo no iba a atreverse a llamarla "fea" delante de su padre y estaba claro también por qué había elegido precisamente preguntarle a su padre si podría llevarlo, en vez de a cualquier otra persona en el aparcamiento que tenía vehículo.
Después del corto saludo se formó un tenso silencio que solo fue interrumpido por Max, a quien siempre le había gustado conversar con las personas.
-Oye, ¿y cuál es tu nombre? -inquirió, mirando por el espejo retrovisor que tenía al frente para poder ver a Isaac. Ya estaban prácticamente en la carretera y Débora no levantaba la vista de su celular.
-Isaac -contestó el chico.
-Oh, bonito nombre. Dime, Isaac, ¿en qué curso estás ahora?
-Estoy en el mismo curso que su hija, señor... -Isaac titubeó un poco, preguntándose si debía decirle señor De la Corte o no.
-Ay, por favor, dime Max, que me siento viejo cuando me dicen así.
"Y eso que ya tienes más de cincuenta años", pensó Débora, mientras reprimía las ganas de reírse.
-¿De verdad están en el mismo curso? Débora nunca me ha hablado de ti -continuó hablando Max.
-Bueno, recién este año me incorporé a su curso. Así que prácticamente no nos conocemos desde hace mucho tiempo.
-Ah, entiendo. ¿Y qué te gusta hacer en tu tiempo libre, Isaac? ¿Tienes algún hobby?
-Me gusta mucho el deporte. Me gusta ir a entrenar temprano y todos los días corro varios kilómetros en las tardes. Para mí el ejercicio físico es muy importante.
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Entre callejones y sombras
Misterio / SuspensoEN PROCESO Débora no tenía la familia más tranquila del mundo. Con sus alocados medio hermanos, su estricta madre y su relajado padre lo tenía todo menos paz y tranquilidad. Las cosas empeoraron cuando su hermano mayor desapareció repentinamente si...