Capítulo 11: Grego

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Cuando la alarma sonó a la mañana siguiente, Débora apenas pudo abrir sus ojos, y estirar uno de sus brazos para apagar el molesto sonido fue casi un martirio, ya que tuvo que sacarlo de sus abrigadoras frazadas hacia el fresco aire del amanecer.

Dormir solo tres horas realmente no era muy placentero y despertar luego de esas pocas horas de sueño no era una buena forma de comenzar el día. Con el rostro pálido y el cabello enmarañado, la chica se levantó y se dirigió al baño. De alguna manera tenía que funcionar igual. Después de todo, nadie la obligó a ir a Grego. 

Una vez que terminó de arreglarse para ir a clases, salió de su habitación y se fue a la cocina, donde tenía que prepararse el desayuno. Max ya estaba sentado junto a la mesa y, para su sorpresa, su madre también estaba en la cocina.

-Buenos días, hija -la saludó muy seria.

-Hola, mamá -contestó la chica sin demostrar mucha emoción en su tono de voz.

Si se fijaba en la expresión de sus padres, podía ver que a ellos también les faltaban unas cuantas horas de sueño.

-¿Recuerdas lo que te dije ayer? -preguntó Elsa, mirando a su hija fijamente.

-No -contestó la joven. Su cerebro no era capaz de procesar nada en ese momento.

-¿No recuerdas que te dije que estás castigada?

Débora quiso darse un golpe en la frente. Desde que despertó no se acordó de eso y de que tenía que entregarle el celular a su madre. 

La mujer extendió la mano para que ella se lo entregara. Metiendo la mano en sus bolsillos de mala gana, Débora sacó el aparato y se lo pasó a su madre. Con ese gesto ella tuvo la certeza de que iba a tener un día estupendo.

Su madre lo tomó con una sonrisa satisfecha en los labios, lo apagó y lo guardó en su bolsillo.

-Si te portas bien, te lo devolveré en una semana. Ya era hora de que tomaras descanso del celular. Te veo demasiado adicta a él. Ahora iré a dormir, que me quitaste unas buenas horas de sueño. Que tengas una buena jornada, hija -dicho esto, Elsa le dio un beso de despedida a Max y salió de la cocina.

Max soltó un suspiro una vez que se fue y juntó sus manos sobre la mesa.

-Ay, Deby... Qué quieres que te diga -comenzó a decir, con un tono de voz que reflejaba claramente su agotamiento-. Estoy exhausto. Todo el asunto de Abel me volvió loco y ahora que todo está patas arriba se te ocurre a ti meterte en problemas también. Pero no te culpo. Abel es tu hermano y tú quieres hacer lo que sea para encontrarlo, sin embargo... A tu madre eso no le agrada para nada. Seguramente ya te diste cuenta de ello. 

-Lo siento, papá...

-No, está bien, hija. Yo habría hecho lo mismo. Sería incluso capaz de remover el cielo y la tierra por encontrar a Abel. Pero no quiero que arriesgues tu vida. Suficiente tenemos con la desaparición de tu hermano. No quiero que te pase algo a ti también.

Débora juntó sus manos sobre su regazo y reprimió las ganas de llorar.

-¿La policía ha vuelto a llamar?

-No, para nada -contestó su padre con voz abatida-. Tengo mucho miedo, hija. Te juro que nunca he tenido tanto miedo en toda mi vida.

-Yo también tengo miedo, papá.

Débora se levantó y fue a darle un abrazo a su padre, quien se lo correspondió reprimiendo sus lágrimas también.

-Lo encontraremos, hija. Yo sé que sí. Pero solo lo lograremos si nos mantenemos vivos y no nos metemos en peligro como tú anoche -dijo Max, apartándose de su hija para mirarla a los ojos.

Entre callejones y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora