-¡Ay, Dios mío, Débora! -gritó Elsa una vez que todos se encontraban en el Jeep de Max-. ¡No tienes idea de lo asustados que estábamos!
Débora aún no había recuperado la compostura y se limitó a asentir antes de hablar. Elsa, en tanto, encendió el motor y se limitó a alejarse del siniestro lugar.
-Juro que creí que me moriría en esa casa... Pero no podemos dejar a mi padre ahí. ¿Qué si le hacen algo? Mi media hermana está loca.
Elsa tomó una bocanada de aire antes de contestar.
-No creo que le vaya a hacer daño... Dadas las circunstancias, ambos tienen harto sobre lo que conversar.
-¡Mamá, ella es una criminal! Tú no sabes quién es.
-¿Lo sabes tú acaso?
-Sí, ella es líder de una banda de drogas -intervino Italia entonces-. Es una mujer muy peligrosa, capaz de todo.
Débora e Italia observaron cómo Elsa agrandaba los ojos asustada.
-¿Por qué no me lo dijeron antes? Ay, Dios mío, hija, ¿por qué todos me ocultan cosas? Tenemos que llamar a la policía de inmediato entonces.
-¡Y regresar a buscar a mi padre! -añadió la joven.
Elsa soltó un suspiro.
-No sé si estoy preparada para verlo ahora...
-Mamá, sé que todo es demasiado para nosotros y que lo que pasó es duro y traspasó los límites, pero tampoco podemos arriesgar que le suceda algo. Claramente Gregorina es una hija de él también, pero no sé de lo que es capaz. No podemos arriesgar a que le pase algo.
Elsa se giró de su asiento para mirar a su hija, quien estaba en los asientos traseros.
-Tu papá nos demostró hoy que no confía en nosotros. No hay nada más hiriente que eso.
-Señora De la Corte, no quiero meterme ni nada, pero su hija tiene razón. Conozco a Gregorina desde que es pequeña. Antes no era peligrosa, pero desde que se hizo parte de una banda criminal, ya no confío en ella ni en Yaritza. Ambas deben estar metidas en asuntos muy oscuros.
-Y saben dónde está Abel -culminó Débora.
Elsa miró a sus interlocutores por unos segundos antes de rendirse.
-Está bien, iremos a salvarlo. Pero primero llamaremos a la policía.
-¿Y qué hay de Madame Eloísa y de Alonso? -inquirió Débora.
-Es mejor que no se meta más gente en esto, puede ser peligroso. Ahora mismo ya no sé en quién confiar.
...
Emir se quedó paralizado al ver que Grego le apuntaba.
-¡Espere! -gritó con la voz casi temblándole-. Yo soy el que siempre va a sus fiestas, soy su aliado... Por favor, no me dispare.
-¿Qué dices, Grego? ¿Lo acallo? -preguntó Yaritza, a quien Emir le parecía fastidioso.
-Espera, creo que lo conozco -dijo Grego pensativa, bajando un poco su arma. Luego se dirigió al afgano-: ¿Eres Emir Amiri, el que quiere abrir un bar de shisha?
-¡Ese mismo! -dijo Emir aliviado. Si actuaba con astucia, quizás se podría salvar de la situación, se dijo.
-¿Y qué haces aquí? -inquirió la mujer confundida. Yaritza los escuchaba igual de confundida.
-Quería venir a preguntar cómo va todo con los papeles -mintió el chico.
-Hasta ahora no he tenido tiempo para ellos, ya verás que en este preciso momento me encuentro ocupada con otros asuntos que tienen más urgencia. Pero no tienes de qué preocuparte, los papeles estarán listos de aquí a tres meses.
-Perfecto, me alivia escuchar que todo va en buen camino -mientras Emir decía eso, el policía escuchaba atentamente la conversación.
-Te sugiero que nos dejes a solas ahora -dijo Grego.
Emir estaba a punto de responder cuando Yaritza lo reconoció.
-Espera, yo también te conozco. Tú eres el que estuvo con Débora en mi supuesta fiesta de cumpleaños.
Grego abrió los ojos y miró a Yaritza, como pidiéndole una explicación a lo que decía.
-Tú no viniste por los papeles -continuó diciendo la ex novia de Abel-. Tú viniste a salvar a Débora, ¿no es así?
Emir sentía que se iba a hacer en los pantalones. Él aún no estaba preparado para morir.
-Pues lamentamos decirte que Débora ya no se encuentra aquí.
-¿¡Qué le hicieron a mi novia!? -gritó Emir casi con las lágrimas saliendo de sus pequeños ojos.
Max no pudo dar crédito a lo que oía.
-¿Usted es el novio de mi hija? -le preguntó con una expresión de entre sorprendida y asqueada.
-Ay, Dios, qué patético -dijo Grego, mientras volvía a apuntar a Emir-. ¡De rodillas! ¡Ahora!
Con las manos en alto y temblándole, Emir se inclinó al lado del policía herido, mientras sentía la fiera mirada del padre de Débora y Grego sobre él. Él definitivamente no se esperaba que el primer encuentro con su suegro fuera de esa forma.
El sonido de las sirenas acercándose llegaron de forma inesperada, aliviando a los capturados. Grego y Yaritza intercambiaron una mirada de angustia.
-Creo que nos atraparon -dijo Yaritza.
-Esta vez no hay forma de actuar normal -asumió Grego con voz apagada.
-¿No tienes a nadie que pueda venir en nuestra ayuda?
-No esta vez... Por eso te dije que trajeras a nuestra guardia. Habríamos tenido más probabilidades.
-Lo lamento mucho, jefa.
-Ya es tarde para lamentar, Yaritza.
-Si nos atrapan y nos separan, quiero que sepas que siempre estaré a tu lado... Mientras Abel esté seguro.
-Él está en buenas manos. Lo prometo. Solo fue nuestra mascota para atraer a mi padre.
Yaritza no pudo evitar que lágrimas se juntaran en sus ojos.
-¿Crees que me seguirá amando cuando se entere de lo que soy capaz?
-Más que eso. Te adorará, Yaritza -dijo Grego con orgullo.
-Pero para mí estás muerta, pendeja de mierda -intervino Max con odio, sin mirar a Yaritza a los ojos.
La chica iba a dispararle cuando la puerta de la casa se abrió con brusquedad para dar paso a varios gruesos uniformados armados hasta los dientes y acompañados de pastores alemanes.
El primero en entrar le preguntó al policía herido cuál de las dos chicas era Grego. Con dificultad, el aludido señaló con un dedo a la susodicha y luego se dejó ayudar por otro policía, quien lo cargó en sus brazos para sacarlo de la casa.
Los demás pusieron manos a la obra de inmediato.
Era el fin para la reina de los suburbios de Rosendorf.
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Entre callejones y sombras
Misterio / SuspensoEN PROCESO Débora no tenía la familia más tranquila del mundo. Con sus alocados medio hermanos, su estricta madre y su relajado padre lo tenía todo menos paz y tranquilidad. Las cosas empeoraron cuando su hermano mayor desapareció repentinamente si...