Capítulo 16: La denuncia de Emir

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Emir manejó lo más rápido que podía a la próxima estación de policía, a veces incluso saltándose semáforos que estaban en rojo. Varios de sus amigos lo intentaban llamar, ya que querían festejar con él. Era algo que él hacía casi todos los fines de semana donde vivía. Todos los que vivían con él se juntaban los sábados en su enorme habitación junto a otros amigos y bebían y fumaban shisha. A veces también llegaban las novias de sus amigos. 

Para Emir era como pasar tiempo con su familia, ya que su verdadera familia se quedó en Afganistán. Una semana sin ver a sus amigos no era posible para él. No le gustaba estar solo, mucho menos en los fines de semana. A pesar de su estilo de vida, Débora le llamaba la atención, aunque tenía el presentimiento de que ella era demasiado tranquila. El afgano soltó una sonrisa al recordar cuando ella le preguntó si shisha era marihuana. Jamás nadie le había preguntado algo así, para él la shisha era como el agua. No se imaginaba una vida sin ella,  como tampoco se podía imaginar que alguien no tuviera idea de lo que era. 

Y ahora Débora corría peligro. La inocente y frágil chica que al parecer no lo era tanto. Hace poco había descubierto que a Débora en realidad le gustaba lo prohibido, así como el peligro; lo que le hizo entender que ambos no eran tan diferentes después de todo. Emir ya se imaginaba mostrándole la verdadera cara del mundo, lleno de intrigas y de cosas prohibidas. Lejos de los silbidos de los pajaritos y del susurro de las hojas de los árboles. A Débora le encantará, pensó complacido. Ambos harán una excelente pareja. 

La estación de policía por suerte no quedaba tan lejos de la casa de Yaritza. Una vez que Emir la alcanzó, estacionó su auto delante del establecimiento y salió de él. Con su peculiar forma de caminar y aún con su chaqueta de cuero negra, el chico se dirigió a la entrada. Dentro de la recepción lo recibió una señora que le preguntó en qué podía ayudarle.

-Vengo a hacer una denuncia -contestó Emir. 

La señora lo observó un poco escéptica. Emir se dio cuenta de que era porque se notaba que él era extranjero.

-Muestréme su célula de identidad, por favor.

El afgano hurgó en sus bolsillos hasta encontrar su billetera. Luego sacó su cédula de identidad y se la estrechó a la señora.

-Bien -dijo la señora después de mirar la tarjeta y devolvérsela al chico-. Puede tomar asiento y esperar a que un policía lo venga a buscar. 

-Gracias -respondió Emir simplemente y se dirigió hacia los asientos de espera. 

Mientras caminaba sentía la mirada de la señora fija en su espalda, pero a él no le afectaba en lo absoluto. Estaba acostumbrado a las miradas, y en parte podía entenderlo. Él era muy pálido en comparación a la mayoría de los afganos, mas aún así se notaba que no era suizo. Aquello llamaba la atención, ya que la gente se solía preguntar de dónde era. Muchos lo habían tomado incluso por turco. Emir soltó una sonrisa al recordar que una chica le había dicho una vez que parecía un actor de telenovela turca. 

No obstante, era consciente de que su pasado se reflejaba en su rostro. Apenas tenía veinticinco años, pero si se miraba bien, se podían ver arrugas en los contornos de sus ojos y su mirada tenía algo duro, casi fiero. 

El policía llegó más pronto de lo esperado. Con un tono casi desinteresado, le pidió que lo acompañara a su oficina. Una vez que lo hubo invitado a sentarse ante su escritorio y él mismo se sentó, le dijo mientras cruzaba las manos sobre la mesa:

-Bien, ¿qué le trae por aquí?

Con una voz casi temblorosa, Emir le contó lo sucedido en la casa de Yaritza, mencionando también la desaparición de Abel y la presunta involucración de Yaritza en su desaparición. El policía lo escuchaba atentamente, tomando notas. Al final del relato, el chico le mostró las fotografías que tomó en el baño de Yaritza, las cuales el policía observó con detención.

Entre callejones y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora