Luz en la oscuridad

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A medida que vas creciendo te preparan para diferentes situaciones tanto en las escuelas como en las familias te advierten, te enseñan, te implementan ciertas maneras de defenderte, te enseñan a zigzaguear entre la conversación para llevarla hasta tu terreno, te aconsejan sobre cómo actuar... Pero nunca te preparan mentalmente para la situación en la que me encontraba tirada en el suelo bajo el peso de un horrible hombre que intentaba abrir mis piernas y sujetaba mis pequeñas manos con una de las suyas mientras trataba desesperadamente de apretar mis muslos. Suplicaba con la mirada al segundo hombre que estaba con nosotros esperanzada de que se apiadase de mí, pero nada más lejos de la realidad. Él estaba disfrutando tanto verme en esta situación hasta el punto que no apartaba la vista de nosotros y comenzaba a tocarse sus partes íntimas, claramente estimulandose.
El bloqueo que había creado en mis piernas comenzaba a fallar agotada de tanto esfuerzo. Necesitaba hacer un último intento, no podía permitir que estos engendros sadomasoquistas se saliesen con la suya. Aflojé los muslos y le permití encajar su rodilla entre mis piernas, no pareció gustarle mi acto de entrega de mi cuerpo así que aprovechando su desconcierto golpeé sus genitales con mi rodilla reuniendo toda la fuerza que pude. Se dobló en el suelo en dos gritando de dolor permitiéndome ponerme en pié, aunque fue en vano porque el conserje me agarró del pelo y me inmovilizó en el suelo.

-¡No la toques! Ella es mía, debo ser el primero porque soy el mayor y la vi primero. -cara quemada se acercó apartando a su hermano de un empujón.

-Solo te la preparaba... Se te iba a escapar la presa. Otra vez. -resopló el conserje.

-Sujetala. Me he cansado de jugar, ya tendremos tiempo de seguir cuando esté domada.

-¡NO! ¡Dejadme en paz! -forcejeé y tironeé todo lo que pude pero dió igual.

Me vi agarrada de manos e incapaz de mover mi cuerpo a causa del hermano mayor y una vez más me vi en una encrucijada. Chillé, chillé y chillé hasta que me sangró la garganta pero de nada sirvió. El hombre me bajó finalmente los pantalones y bragas, se colocó entre mis piernas ya erecto y me embistió. Sentí como si me hubieran introducido un cuchillo de carnicero  sesgando y cortando a su paso, un dolor tan intenso que todo mi cuerpo se puso rígido cómo una estatua pero yo ya no gritaba, al menos no desde fuera. Mi mente era la que estaba en llamas apunto de estallar suplicando que parase, que este dolor se acabara. La bestia continuó empujando cada vez más profundo, más fuerte, más rápido. Sentía un fuerte ardor en mi interior y cómo se podían mover mis entrañas con cada arremetida. Solo quería desaparecer, hacerme pequeñita o incluso invisible para que no me vieran, quizás esfurmarme de la faz de la tierra con tal de no tener que soportar este momento.
El hombre dejó de moverse y salió de mí, automáticamente sentí un alivio inmenso en mi interior. Solo pude hacer el esfuerzo de cubrirme la cara y llorar desconsoladamente tirada en el suelo echa un ovillo aún semidesnuda.

-Ya hemos sellado la unión, ya no te podrás librar de mí jamás. Aún me sentirás en tu interior incluso cuando pienses que jamás volverá a ocurrir. Porque va a ocurrir. -soltó una malvada risa y se acercó para acariciar mi cabello, no me moví. -Te has portado bien mi preciosa schatz, te mereces un descanso, no quiero que te rompas demasiado pronto...

-¿Y qué pasa conmigo? -preguntó el hermano. -¡Ahora me tocaba a mí!

-Serás el siguiente una vez descanse, ¿No ves que ya no se resiste?

Se oyeron pasos salir de la estancia y una puerta cerrarse con llave. Me había quedado sola, desamparada y ya sin esperanza. Tenían lo que siempre habían querido de mí, no me había defendido lo suficiente, me había rendido demasiado pronto. Me levanté mareada por el repentino movimiento y sentí al instante un cosquilleo bajar por mis muslos. Sangre. Estaba reventada por dentro seguramente, los fuertes dolores me lo confirmaban. No tenía nada con lo que limpiarme así que cogí mi ropa, me vestí y me senté sobre los sucios trapos que habían en una esquina. Tenía frío, me acurruqué sobre mi misma lo máximo que me permitía mi cuerpo, enroscada como un gato.
No sé cuánto tiempo pasé en la misma posición pero me dolía absolutamente todas las partes de mi cuerpo, el ruido de la puerta al abrirse me había despertado.

El amor a la inversaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora