Flashback

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Año: 1946

Poco después de acabar la guerra los habitantes del pueblo Ängste trataban de recuperarse de las secuelas que los soldados y las bombas de la armada enemiga habían sembrado por doquier. El pueblo ahora medio reconstruido había sido invadido en su mayor parte por la flora del país, pues durante mucho tiempo las personas y familias que residían aquí se trasladaron a pueblos más seguros y con más recursos en busca de una oportunidad para sobrevivir.

La noche de aquel día aparentemente tranquila para los vecinos comenzó a cubrir las calles de una densa neblina, no se podría estar más lejos de la realidad. Después de la contienda innumerables personas habían quedado traumatizadas de diferentes maneras, muchas de esas almas fueron tocadas y hundidas dejando a las familias desamparadas.

- ¡Schatz! Ya estoy en casa. -las palabras eran alargadas y difíciles de entender pues no estaban siendo bien vocalizadas provenían de un hombre esmirriado con aspecto desagradable, consumido por el alcohol que había dejado solo la piel y los huesos de este cabeza de familia.

- ¿Otra vez borracho? -una ama de casa tan delgada como su compañero carcomida por el insomnio crónico a causa del trauma irreparable de la guerra. - ¿Qué ha sido esta vez? ¿¡Un pájaro a cagado dentro de tu mente dándote la genial idea de no ir a buscar trabajo?! Moriremos de hambre si no te pones las pilas, ya no te importamos. Eres un egoísta, egocéntrico. Siempre pensando que las soluciones te caerán del cielo.

La mujer discutía furiosamente escupiendo las palabras cargadas de ponzoña y rencor hacia su marido. No tenían dinero, la casa era vieja y llena de agujeros por todas partes lo que hacía que el agua y el frío se colasen en sus huesos. El hombre parecía calmado, pero su rostro solo era una fachada. Sabía muy bien esconder sus sentimientos tras la máscara. Pero su mujer ya lo conocía, sí, lo conocía demasiado bien. Ella dio un paso hacia atrás y retrocedió hasta lo que parecía una distancia segura.

Él captó el movimiento y no le hizo falta saber nada más para darse cuenta de que la tenía justo donde la quería tener. Se abalanzó sobre ella, la arrinconó en la esquina de la sala de estar. El hombre que tenía que haber sido un capitán respetable y honorable, un hombre importante con grandes hazañas, agarró a su mujer por el cabello, a la persona que se suponía que debía proteger la golpeó en la cabeza con el puño cerrado. Rasguñó el cuero cabello con los nudillos y comenzó a sangrar ligeramente, la agarró por el pescuezo y la obligó a mirarle a los ojos.

-Esta es la última vez que me dices lo que puedo o no puedo hacer. ¿Lo has entendido? -acercó su cara a la de ella y besó su nariz. -Necesito que lo entiendas, es por tu bien. -el hombre de la casa la soltó entonces y dejó que desapareciera escaleras arriba y él se dejó caer pesadamente en el sofá con un cigarrillo en la mano.

Ella una vez arriba fue al baño a limpiarse la sangre que había a comenzado a resecarse creando una costra sobre su pelo pues había estado horas envuelta en llantos y lágrimas encerrada en su propio infierno. La puerta del servicio se entornó, la mujer aterrada por si su marido había cambiado de opinión se giró rápidamente, nerviosa y lista para cerrar con pestillo si era necesario, pero entonces vio tres rubias cabezas asomándose por el hueco. Sus hijos, tres niños de 17, 16 y 3 años respectivamente, los mayores la miraban con preocupación y enojo hacía el padre. Pero ellos sabían que su madre tampoco era de fiar.

- ¿No tenéis nada mejor que hacer que perseguirme allá donde vaya? -su voz sonó enfadada y seca, carente de cariño. -Salid de aquí mocosos estúpidos. -alargó la mano y cerró la puerta de un portazo.

En ocasiones, que una mujer haya dado a luz a un retoño y se haya convertido en madre no quiere decir que esa persona sea mamá. Ese título había que ganárselo y este no era el caso. Ella amaba a sus hijos sin embargo el saber que los rasgos de sus bebés se parecían tanto a la persona que la esperaba bajando las escaleras provocaba en ella una rabia inmensa, su mente le susurraba ciertas cosas que ella no quería escuchar, pero esas palabras sobresalían por encima de todo lo demás.

El amor a la inversaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora