Descubriéndote // Parte 7

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Porque yo no te haré daño

Natalia conducía en silencio mientras Alba miraba por la ventanilla del coche. No podía entender lo que le había pasado. Natalia la hacía sentir tan bien que... ni siquiera sus amigos o el par de novios que había tenido consiguieron que ese miedo desapareciera de su vida. Cada vez que se colocaba demasiado nerviosa se separaba de todo lo que estuviese demasiado cerca para su gusto y, si alguien la tocaba, al principio gritaba como si no fuese ella misma y luego, cuando consiguió controlar sus estados de ánimo, le imploraba, le rogaba que no se acercase más. Tal y como había hecho con Julia le día del ascensor.

Sin embargo, a Natalia la quería a su lado. La conocía de hace poco más de tres meses y la necesitaba con ella. Se sentía segura y cuando la pediatra la miraba de aquella forma una fuerza que no sabía de donde provenía la hacía ser más valiente.

N: hemos llegado

Natalia aparcó el coche delante de la casa de Alba. La enfermera se giró para mirarla a los ojos y, saliendo de algún sitio que no podría definir, añadió con voz queda...

A: ¿Subes un rato?

Natalia observó el valor que había puesto Alba para decir aquellas palabras y asintió apagando el motor del coche y saliendo de éste sin pronunciar palabra.

Subieron tranquilas y Alba abrió la puerta dejando paso a Natalia. Observó atentamente el salón de la casa. No era demasiado grande pero sí lo suficiente para una persona que recibe a gente de vez en cuando. Se sentó en uno de los sofás y miró a Alba dejar sus cosas sobre un sillón que quedaba al lado de ella. Luego le ofreció algo de beber a lo que Natalia pidió agua.

Cuando la enfermera entró a la cocina Natalia observó varias fotografías que se encontraban en el mueble de la televisión justo frente a ella. Se levantó curiosa y se acercó a ellas. Todas estaban colocadas estratégicamente en sus marcos con diminutos adornos en los costados.

Vio a una Alba feliz con un chico sentados sobre el césped de algún parque. Una foto de su madre, muy joven, con un bebé en brazos que supuso sería la enfermera y una foto de unos niños riendo, probablemente parientes de Alba. Pero cuando elevó la vista a la última foto que quedaba expuesta en el mueble un golpe seco la dejó sin aliento. Una jovencita Alba, de unos 15 ó 16 años, posaba sonriente en un columpio de, lo que parecía ser, una casa de campo. Demasiado delgada para su gusto y con algo de ojeras enseñaba sus dientes a la cámara mientras parecía mirar hacia detrás del objetivo. Tal vez a su madre o a su padre si se encontraban allí.

El aliento de la pediatra se desvaneció y unas lágrimas comenzaban a salir de las cuencas de sus ojos. El tiempo se paralizó y vio a esa joven del sueño llorando y suplicando clemencia. Angustiada en esa habitación sin luz, sin ventanas, sin aire y a oscuras. Intentando agarrar con fuerza la jarra de agua que, en muchas ocasiones, rompía por falta de fuerza en sus brazos y pidiendo al cielo, cada vez que escuchaba pasos cerca, que esa vez no la tocara... que esa vez ese hombre no la acariciase.... que esa vez la dejase tranquila.

A: Aquí estoy.

Natalia reaccionó instantáneamente limpiándose las lágrimas de los ojos que Alba no pudo llegar a ver.

A: ¿Te gustan? -preguntó sonriente

N: ¿Qué?

A: Las fotos... que si te gustan

N: Ah, sí.... sales muy guapa en todas.

A: Jajajajjaja, eso no es verdad, pero gracias de todos modos.

Natalia sonrió como pudo y tomó asiento al lado de la enfermera.

M: ¿Ese bebé eres tú?

A: Sí... es una de las primeras fotos que me hicieron con mi madre... me gusta mucho.

EL BOSQUE // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora