La Torre ~ Capítulo 5

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— ¿Se lo dijiste a alguien? —Preguntó  Antoni, mientras paseaban por el terreno de las cosechas bajo la luz lunar.

— ¿Porqué debería? Si ella es..., es hora de que se convierta en una ramera. Idealó, Gadriel. Luego añade. - ¿No lo entiendes?

— No, no.

— ¿Sos un tonto?

— ¿Qué pretendes?

— ¿No escuchaste a esos tipos? Pero como los echaron y el trato se cerró, nosotros podríamos mejorar el trato. Podríamos recibir mucho oro a cambio de permitirles que ellos se diviertan un poco con nuestra prima.

— ¡Qué!

— A parte quién lo notará que Yolanda es nuestra pariente...

— ¿Estás retocado, Gadriel?

— Escucha..., por favor, un momento, escúchame. Antoni, necesitamos dinero, necesitamos eso, ¿o olvidas que le debemos al club de las apuestas de Fermino?

— Ah si. Pero... es nuestra prima.

— Una prima que nunca sale, una prima que no habla con nadie, una prima que su papá la tomó por sirvienta para protegerla... de algo, que sé yo. Antoni, es nuestra oportunidad.

— Sigo pensando que eso está mal, hermano.

— Ya lo verás. Apoyame en esto y yo solito me encargo. Nadie lo sabrá...

— Se lo diré al señor, Maximiliano

— Cuando tengas tanto oro, es tú oportunidad de seducir a la chica que tanto te gusta del club, ni a su padre que es un maldito soldado le importará que seas el novio, ¿sabés porqué no le importará? Porqué tendrás mucha plata..., ¿Ahora entiendes o no?

Antoni lo pensó, lo pensó y lo pensó, hasta que luego de un minuto responde suspirando vencido:

— Está bien. ¿Y ahora?

— Voy a tomar el caballo del jardinero negro, vos espérame, iré a su territorio y acordaré el trato para cuando será...

— Ey, ¿estás seguro que quieran meter el dinero sobre lo que desean esos tipos?

— Tranquilo, Antoni. Confía en mí. Mañana por la noche estaremos bebiendo champán en vez de cervezas.

— ¿Y si la dejan embarazada?

— Cállate. Eso a mí no me importa.

* * * *

UNA HORA DESPUÉS:

Los viñedos que no tenían alojamientos ni familias, vivían en tiendas junto a los gitanos que le permitían quedarse temporal en su territorio.

Gadriel, sigilosamente se fue acercando al lugar, se ocultaba en los pastizales altos para llegar a ellos, los hombres que les habían ayudado a pescar.
Los vió, el hombre de pelo canoso y el otro más joven de pelo oscuro, que estaban sentadas junto a una fogata.

Gadriel intentó aproximarse más a ellos, pero antes de poder hacerlo sintió un filo frío que le tocó el pescuezo.

— No-te-muevas o... te cortaré. —Le advirtió una voz de alguien. - Haz lo que te digo y no perderás ni una gota de sangre.

— Está bien, está bien... —Susurró, Gadriel.

— Ponte de pie... muy despacio

Gadriel lo hizo con los brazos en altos.

— Bien, eso es. Ahora vamos, muévete, pendejo. ¡Deprisa! —Le empujó el desconocido sin quitar el filo de su pescuezo.

De pronto, Gadriel dió una vuelta veloz e intentó arrebatarle la espada, pero hacer eso lo llevó al fracaso. El hombre era un gigantón escocés que con su fuerza le asentó un golpe con el mango del arma. El muchacho cayó de espalda noqueado y respirando agitado.

El escocés se agachó y lo tomó por la camisa, lo arrastró y mientras les decía a sus camaradas:

— Miren, amigos lo que trajo el viento. Éste microbio creo que intentó robarnos.

Los dos hombres que habían estado a punto de comer, se pusieron de pie y observaron a quien ya conocían.

— ¿Que hacés aquí, chiquillo? —Le preguntó serio el hombre canoso.

— Ya, déjalo..., sueltalo, lo conocemos. —Habló el joven de cabello oscuro, a la vez que masticaba un pedazo de su carne de conejo.

— ¿En serio? Bueno. Pero si esté bicho raro ve algo que no debería, matalo. —Dijo el grandulon.

— Sabés que lo haremos, Barbali. —Le respondió el hombre de pelo canoso. - Ahora vete a vigilar por ahí y... buen trabajo.

Cuando lo vieron perderse por el oeste, el joven de cabello oscuro se acercó a Gadriel que todavía seguía tirado. Éste estiró el brazo para ayudarlo...

— Soy Desmon.

Y Gadriel con algo de desconfianza tomó su brazo para ponerse de pie.

— ¿A que vienes? Tú jefe se arrepintió...

— Él no sabe que vine y no se debe enterar. —Dijo, Gadriel frotándose el cuello mientras lo seguía.

— Ven con nosotros, acompáñanos con la cena, Gadriel. —Le invitó, Desmon.

— Gracias. —Dijo, Gadriel al sentarse en una madera rota.

— Ey, chiquillo pececillo ¿no te enterás? Hay zorros salvajes por estos rumbos y también Yun. —Dijo el hombre de pelo canoso. - Por cierto, me dicen la cabra.

— ¿Sos un yun? —Preguntó, Gadriel porque le sonaba curioso su apodo.

— No, no, no. Me llaman así porque cazo cabras y luego las vendo sin importar que sean yun. Ahora dinos de una maldita vez, ¿A que vienes?

— El... trato ¿Sigue en pie?

— Si. —Respondió la cabra.

— El señor Maximiliano, no ascenderá a lo que ustedes desean. —Gadriel, empezó con la idea. - Yo vine a ofrecerles una mejora, un mejor trato.

Los dos hombres estiraron el cuello y luego se miraron a los ojos, luego sus rostros que se iluminaron de ambición, Desmon dijo:

— Continúa, continúa...

— ¿Ustedes quieres descanso, placeres y... protección? —Preguntó, Gadriel dudando un poco de la pregunta que les hacía.

— Sabés que luchamos por ello, y más por las mujeres. —Dijo, Desmon a la vez que comía.

— Desmon, Cabra... les ofrezco a la sirvienta sin necesidad de forcejeos las veces que quieran tomarla para placer, también les daré protección... una parte de ocho soldados que son mis aliados de hace 3 años.

— ¿A cambio? —Preguntó la cabra.

— De que me den algo de joyas de esos barriles lleno que acumulan de los robos de otras regiones.

Desmon con una sonrisa maligna se levantó y caminó al chico, luego lo obligó a ponerse de pie tomándolo por el cuello.

— ¿Qué haces? —Se preocupó la cabra.

— Voy a jugar con él... un poquito. —Contestó riendo, Desmon. Añade. ‐ No me esperes, lo llevaré conmigo a la tienda y si escuchas gritos procura no intervenir.

— Diviértete, Desmon. Luego prepárate que iremos por la sirvienta sin pedir permiso.


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