La Torre ~ Capítulo 11

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Horas antes de que Arthur sacada a salir a uno de los primos.

Maximiliano daba vueltas y vueltas en el salón de la chimenea, indeciso y haciéndose la de idea de ir o no ir a ver a su hija.
La conocía, él la tuvo que cría solo, y conocía que tan peligrosa podía ser ella.

Pero lo que más le atormentaba era haber perdido a un miembro más en su familia, pudo ser abuelo, verdaderamente un digno abuelo. A Maximiliano no le importaba que como pudo suceder el embarazo de su hija, lo que le hubiera importado que la familia iba a crecer una vez más para dejar herederos de sangre en la historia, eso era lo único que le importaba.
Pero Maximiliano no logró controlar su temperamento, no lo toleró, así que no pudo evitar enfadarse con Yolanda por asesinar a su hijo y la envió abajo, en esas oscuras celdas antiguas.

— ¿Quién era a imaginar que mi hija podría quedar embarazada sin siquiera haber conocido... un hombre? -El hombre comenzó a pensar. - Si ella no sabe..., desconoce eso. Ha vivido tanto tiempo casi sin salir de la torre... ¿pero cómo es posible? Los sirvientes ni uno de ellos pudo ser porque son yun ¿y... entonces que pasó?

Caminó a dirección de servirse un trago, luego de beber un sorbo, el pulso se le aceleró con la ganas de ir a verla, pero temía que Yolanda hubiese también descubierto su poder interior y lanzada otro ataque mas letal que el anterior contra él.

Después recordó sus palabras de dolor, tristeza y odio en su voz:

"Maximiliano..., no, no, te vas a arrepentir, y cuando lo hagas... yo ya no seré más tú hija... nunca más."

Maximiliano cerró los ojos tragándose las lágrimas, respiró profundo, luego los abre buscando excusas en su cabeza para no ir abajo.

— Yolanda intentó decirme algo... pero no se lo permiti. Ahora que... la quiero escuchar no puedo ir verla a la cara y preguntarle así de simple, seguramente haría de nuevo ése intento por quemarme.

Fue de un lado a otro, una y otra vez durante ratos largos que luego se convirtieron en horas. De repente alguien tocó a su puerta, Maximiliano dijo que pasará creyendo que Rose lo iba a molestar, pero no fue así.
La persona que entró había sido uno de los sirvientes...

— ¿Como osas entrar en mi aposento, malcriado? -Maximiliano, se molestó.

— Señor. Necesito hablarle sobre algo.

— Si es por aumento de alimentos, no.

— No, señor. Mi amo, no es eso.

— Arthur, te escucharé pero que sea la última cosa que hagas.

— No se preocupe, señor.

— Entonces te permito que hables.

— Gracias. El asunto es sobre... la señorita Yolanda, mi compañera de la cocina. Oí que la castigó... severamente por... algo que ella no cometió.

— Arthur, ¿intentas defender a esa sucia?

— Si, señor.

— ¿Cómo te atreves a desafiarme? -Maximiliano dejó la copa sobre el armario de licores y encaminó pasos rápidos hacia el muchacho que lo veía con la mirada en alto.

— Señor. Lo que le pasó no fue culpa suya.

— ¿Y eso como lo sabés tú?

Arthur tragó saliva para no tartamudear cuando le tenga que contar... todo, bueno casi todo.

— Los mismos hombres que les enseñaron trucos para pescar a Gadriel y Antoni, y usted les corrió, ellos no se habían quedaron de brazos cruzados.

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