La Torre ~ Capítulo 12

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Los guardias lo llevaron al herido a una sala médica para soldados, pero Gadriel se resistía y pedía ver al señor de la torre, lo intentaron sedar pero no hubo caso, se cayó de la cama resistiéndose todavía...

— Joven, las herida..., la herida... —Repetía el médico que tenían al servicio en la torre, alzaba las manos y abría los ojos grandes al ver la tal fuerza y energía que tenía éste niño para querer mantenerse de pie.

Y si, se estaba desangrando. Pero a eso no le importaba Gadriel, tenía que, debía contactar a Maximiliano, debe hablarle...

* * * *

Aún medio moribundo, fue llevado y siendo ayudado por dos soldados para entrar al aposento del señor Maximiliano. Ni bien se adentraron, los soldados lo tiraron ahí como un saco de papas y se alejaron lo más que pudieron de la habitación del jefe.

Gadriel con poco aliento levantó la cabeza desde el piso y reconoció los zapatos color vino tinto de su tío sentado en su grande sillón de terciopelo azul, luego levantó más y más la cabeza hasta cruzarse con sus ojos llameante que lo observaba.
Maximiliano tenía el puño apoyado en su mentón en posición pensativo, no habló, esperaba que Gadriel el sobrino menor soltara primero lo que tuviera que decir:

— Tío, Maxi... vengo hasta usted no... porque me hayan herido —Empezó diciendo el chico al arrodillarse e inclinar la cabeza hacia el señor de la torre a la vez que se sostenía con una mano el hombro ensangrentado. - Vengo a confesarme mis imprudencias que he cometido, lo tonto que fui... a confiar en unos extraños. Hice mi propia trampa y caí en mi propio agujero... yo solo. Perdóname..., lo siento. —Gadriel comenzó gimotear a la vez que con el puño de su manga se secaba las lágrimas caídas como un niño.

Maximiliano lo continuaba escuchando atentamente serio con la cabeza en alto ahora.

Gadriel prosiguió luego de recobrar calmarse:

— Tío, Maxi. Perdóneme. Fui yo que... provocó todo esto y por mi culpa le hicieron daño a su hija.

— Gadriel... ¿qué? —Dijo, Maximiliano entre dientes.

— Yo sé lo que... en verdad pasó, señor... Maxi. Yolanda sufre mucho por mi culpa. Merezco ser yo el miserable cobarde que esté dentro de la celda de piedras.

— ¿Gadriel, que hiciste? —El hombre con ojos blancos se puso de pie lentamente.

Necesitaba dinero porque debía a unos hombres de taberna y... se me ocurrió conseguir el dinero yendo a..., fui hacer un trato con los mercaderes, pero ellos me traicionaron y... me violaron, luego fueron por su hija y creo que también la..., la sometieron grupales. Sucedió aquel día que la tormenta invadió vuestras región Ultra. Tío, Maxi yo quedé muy mal, apenado y destrozado por ambos, por mi prima y por mi. Yolanda no sabe... de esto.

— Gadriel, ¿cuando me... lo ibas a decir está gravedad?

— T-te tenía miedo, señor.

— ¡Bastardo! —Maximiliano dió pasos agigantados al chico y lo tomó por el cuello con ambas manos para ponerlo de pie, y sin soltarlo, sin importar que tuviese herido, añadió muy enojado. - ¿Sabes lo que has causado en está familia pacífica? - Gadriel cerró los ojos fuertes. El hombre le siguió con el tono como tormenta. - Creí que eras el hombre... más fuerte de está familia y para las guerras. ¡¿Dime que no me estoy equivocando?!

— Lo siento, lo siento ¡Lo siento!

— ¡¿Lo sientes?! —El señor, Maximiliano le gritó enojado, luego alzó impulso y lo empujó al chico estrellándolo contra la pared.

Gadriel se golpeó tan fuerte la espalda contra la pared que quedó devastado y dolorido tirado en el suelo.

— Mi guerrero preferido, porque presiento que no me lo ha dicho todo. —Le dijo el hombre apretando los puños. Luego de respirar profundo, continuó. - ¿Qué más pasó? ¿Los mercaderes rufianes, esos par de dos hipócritas que tú y Antoni invitaron la otra vez aquí fueron que violaron a mi hijita? ¡RESPONDE!

— Si. —Contestó, Gadriel con la voz ronca por las ganas de llorar. - Si, si. Señor, si. Pero no sólo fueron La Cabra y Morgan, trajeron consigo a otros par... y se turnaron con su hija. Dijeron... que... lo volverán a repetir al placer, y que si para la... próxima que vengan no lo logran lo deseado... van a planear desatar una guerra de fuego con un dragón contra su torre.

— ¡Qué! ¿Eso te dijeron? Los dragones no existen, maldita seas. —El hombre comenzó a pasearse de un lado a otro, gritando a lo viento enfurecido. - Gadriel, se extinguieron hace unos 300 años..., seguramente son bobadas. Y... esos infelices no saben ni una porquería con quién se están metiendo. Soy un oficial de la guardia del reinado Ultra quien está armando, y con un sólo chasquido de dedos puedo ordenar a mis tropas que los busquen y les corten las cabezas para clavarlas en la plaza de la Ciudadela. —Pero luego se detuvo un momento y murmuró para si. - No. No, ¿porqué no ahora? Lo que le hicieron a mi hija..., más razón tengo para recuperar el perdón de mi Yolanda y que vea que estuve muy equivocado, y... así podré llevarla a la Ciudadela de paseo para que vea las cabezas colgadas de esos malditos que le hicieron eso... y un tal vez, tal vez... algún día me lo agradezca.

El señor Maximiliano se volvió y se dirigió al chico allí tirado, lo obligó a levantarse y le aclaró entre dientes antes de tomar la decisión dura de su vida:

— Creí en ti. No lo puedo creer lo que le has hecho a está familia. Desconfíe de tanto tiempo de mi criado Arthur en vez de a ti, y... ahora lo eché a su perdición, y todo por tú culpa. —Gadriel iba abrir la boca pero el hombre lo interrumpió con un grito. - ¡No hables! Bien. Acepto tú deseo. Irás en lugar de mi hija para que te pudras un buen tiempo hasta que te salga barba como castigo.

El hombre lo llevó arrastrando por un brazo, el chico resbalaba con los pies por los suelos, gritaba asustado para que lo soltara, luchaba a pensar de la herida abierta que tenía.

Lo llevó por el mismísimo camino hacia las celdas de piedras. A Gadriel le caía el sudor de su rostro, estaba espantado al ver por primera vez el lugar; le era como un túnel de piedras muy frío dónde casi jamás llega la luz.

Gadriel sentía que había hecho lo correcto confesar pero tampoco esperaba esto, se decía que no lo merecía.

* * * *

Llegaron. El hombre abrió con firmeza con una mano la puerta grande y con la otra ni por un segundo le soltó el codo. El chico gimoteaba y se tiraba para atrás haber si se sacaba de sus garras, pero no pudo.

— Tengo miedo, tío, Maxi tengo miedo...

— Eso debiste pensar antes en vez de jugartela con mi hija. —Dijo el hombre, luego de quitar la llave de la cerradura, se dió un momento para reprenderlo por sus actos mirándolo a los ojos. - Chico, ¿qué creías? ¿qué te iba a coronar y felicitar por tus lasañas? ¿o que te iba a dar un par de nalgadas en la cola y ya?

— Lo sé, lo sé... hay consecuencias...

— Entendiste, lo acepto. Pero fue demasiado tarde para que lo entiendas. Lo siento, chico.

— No, no, no..., no... por favor. No..., nooo. —Gritó Gadriel al final con toda su fuerza a la vez que lo arrastró para adentro.

Pero después al estar al interior de la celda, algo inesperado ocurrió.
El señor Maximiliano y Gadriel se habían detenido en seco, sorprendidos de preocupación.

La joven prisionera no estaba.

¿Qué ha ocurrido?

La pequeña ventana con barrotes que se hallaba en lo alto se encontraba rota. Los barrotes se habían esfumado.

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