La Torre ~ Capítulo 4

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Yolanda estresada e inquieta se apuró a cocinar para la cena de está noche. Después de lo experimentado y pasado un día humillante, la entristeció la idea de no poder compartir sus desahogos con nadie, ni siquiera con papá; él que está últimamente muy distanciado para llamarse relación padre e hija.

Su madrina es una bruja o hechicera muy probable poderosa y... hasta peligrosa. Alguien que quizás vivía oculta entre las sombras cubriéndose con un mantel de imagen FAMILIA para que no la descubrieran lo que es en realidad.
Según la madre de Yolanda - cuando vivía en la familia. - decía que se hicieron amigas en el puerto de la región Ultra, en una taberna para viajeros de barcos, allí la conoció a Rose, ella no tenía dónde ir, estaba sola y Casandra le abrió los brazos para que entrara a la familia. Después con el tiempo Casandra tuvo la bebé y Maximiliano le pidió a Rose que fuera la madrina de la pequeña Yolanda.
Rose siempre evitó hablar con la familia de su pasado, y de una extraña manera Casandra, los hijos del hermano muerto de Maximiliano y también él lo entendían con respeto sin hacer ni una sola pregunta.
Hace pensar que Rose le obliga olvidar aquella parte con un hechizo siempre y cuando algún miembro de la familia quieren conocer su pasado... pero con la joven Yolanda eso no ha resultado, no le afectan sus magias hasta ahora.

Yolanda colocó en el medio de las frutas los panes en la bandeja, listo para llevar al centro de la mesa. Arthur recientemente había entrado a la cocina para buscar del cerdo frito, antes de poder levantar la fuente con la comida cuando miró a su costado, Yolanda se había adelantado para llegar al comedor.

— Ay. Iba a preguntarle algo... —Se dijo así mismo, Arthur. - Algún momento deberíamos hablar.

Yolanda atravesó la entrada del comedor y encontró a casi todos presentes, incluyendo inesperadamente a dos vecinos viñedos. El señor Maximiliano y la madrina Rose todavía no habían llegado.

Con delicadeza dejó la bandeja en el centro de la mesa, mientras los invitados la miraban con rarezas. Enseguida uno de los primos que era el más idiota y burlón, la molestó a la chica:

— Sirvienta, me voy a envejecer esperando... Cada vez te tardas más en recolectar mis frutales. — Gadriel, dió tres toques con el puño sobre la mesa.

— Ya era hora ¡Ufff! —Suspiró, Antoni.

— Rápido, rápido que me hago viejo. —Exigió otra vez, Gadriel.

— Gusanita, muévete. Gruñó, Antoni con la cabeza inclinada.

En eso se adentraron al comedor el señor Maximiliano y detrás de él venía Rose con su caminata. Una vez se acercaron frente a la mesa, la mujer preguntó con poca importancia:

— ¿Que está sucediendo aquí? —Dijo, Rose caminando a su lugar de la cabecera dónde se sentaría.

— Si, díganme quién invitó a estos flojos. —Exige, Maximiliano tomando una fruta de pera y luego se sienta en el otro extremo de la cabecera de la mesa.

— Son amigos. — Contestó con tono arrogante, Antoni. - Me lleva que te sorprendas.

— Si, lo son. Nos ayudaron a pescar y nos enseñaron como atraparlos sin una lanza. —Explicó prepotente, Gadriel.

— Ajá. —Asistió con la cabeza, Maximiliano. - Pero los viñedos hacen vino, y... los soldados del reino les pagan.

— ¿Maxin, no nos creen? Docenas de pescados trajimos de la corriente verde, están en la canasta... —Señaló, Gadriel al mismo tiempo que se metía un pedazo de pan bañado con jugo de fruta de naranja.

— Me importa un comino que éstos hombres babosos hagan. —El hombre levantó el tono sin importarle que esos vecinos estuvieran ahí no más mirándolo de reojo.

En eso Antoni se rió cubriéndose la cara con una mano.

Los demás no dijeron nada más.

Yolanda una vez que sirvió el vino en las copas de cada uno, se unieron los otros dos sirvientes y se pararon en una esquina del comedor en la espera para la limpieza de la mesa.

— Buen vino... mmm. —Comentó el señor, Maximiliano.

— Es... uvas portadoras de... ¿cómo se pronuncia? —Decía uno de los viñedos en un lenguaje de otra región. - Digamos que..., son traídas en veleros que han viajado de muy lejos para conseguirlas.

— Claro, claro. Señor. Les trajimos —Decía el segundo viñedo de aspecto cuarentón y pelos grises corto. - dos ofrendas, dos botellas de manos de obras, una para su familia y la otra para el reinado del trono.

— ¿Crees que soy idiota? ¡¿En serio creés que soy idiota?! —Les levantó el tono, Maximiliano. - El señor del reino no acepta ofrendas de alimentos ni semejanzas de ningún tipo de bebidas.

La joven Yolanda se retiraba a la cocina a comer como siempre, como una criada sirvienta al merced de su propia familia.

Desde donde estaba sentada podía escucharlos muy bien.

— ¿A cambio de que? —Maximiliano, le agarró la curiosidad.

— Queremos que el reino nos permitan descanso y mujeres, a cambio de tesoros encontrados de mares y también le llevaremos una docena de barriles con vinos a su entrada del palacio una vez por mes.

— Caballeros, tienen mi apoyo. Le haré llegar al reino. Pero si... intentas engañarnos, los príncipes y condes no serán tan benévolos con los que se dirigieron la palabra de su delicado ofrecimiento tan generoso.

— M-muchas gracias... señor. —Juntó las manos e inclinó la cabeza el más joven de los viñedos.

— De verdad le agradecemos que lo intentes, señor. —Habló serio el hombre canoso. Pero ahí no acabó, añadió con seriedad otra cosa más. - No pretendemos molestar a su majestad, es que hemos perdido muchos hombres yendo a otras tierras para conseguir las frutas, la buena calidad de las frutas de diversos colores para crear el vino que nuestro región no nos concede poseer. Lo que queremos es... también que nos den protección.

El hombre de la casa echó la cabeza hacia atrás para reírse y los otros dos sobrinos le siguieron el hilo de reírse de ellos.

Cuando Maximiliano se puso serio, sus ojos se le pusieron oscuros y llameante. De pronto dió un golpe contra la mesa.

Yolanda que se está sirviendo un poco de agua se le cayó el vaso de la mano por el estruendo de su padre.

— ¡Larguesen de mi propiedad! —Les gritó a los viñedos. - Si aún aprecian sus vidas, por el rey, se retirarán de acá y huirán lo más lejos que puedan... antes de que le cuente esto al reinado. Se van inmediatamente ¡AHORA!

Antes de que los viñedos se subieran a sus caballos, uno de ellos le argumentó a Gadriel que los había acompañado a la salida:

— Ey, muchacho. Tal vez tú padre no nos concedió el trato, pero nos conformaremos con una, tú chica de la casa. Pronto, pronto... Así que no les quite los ojos de encima. —Le advirtió el viñedo más joven y luego subió al caballo riéndose.

Ambos corrieron hacía el sur donde se hallaba detrás de los cerros su fábrica de vinos.

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