Capítulo 6

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Capítulo 6: Soy una esponja ahora.

Shayra

Salí a una velocidad alarmante de la casa de Asher. Corrí por el patio delantero y casi me fui de bruces contra el suelo cuando frené de manera brusca contra Ansel. Me gritó algo pero no pude escuchar que fue y no me giré para verlo, simplemente salí de la casa.

No estaba exagerando. Era solo que no me lo podía creer, Asher había sido mi amigo desde hace años, ¿por qué iba a tratarme así? ¿Qué era tan importante para que perdiera el control por una simple equivocación? Aunque también tenía razón, era su momento para desahogarse, y yo pensé en mí, porque soy egoísta.

Estaba tan distraída caminando que no noté que me había pasado la parada, así que me regresé y me senté en la banca. Quería contarle a Annie, pero no sabía si Asher se iba a sentir demasiado incómodo si lo hacía. Tuve un serio conflicto interno sobre qué hacer. Hasta que me di cuenta de que si no lo sacaba, probablemente no podría dormir.

Saqué mi teléfono y marqué el número de Annie, teniendo demasiado cuidado en no equivocarme. Me lo llevé a la oreja esperando que contestara.

La funeraria —contestó— ¿Cuántas urnas quiere?

Te he dicho que ese chiste no tiene gracia.

Para ti nada tiene gracia.

No vas a creer lo que me pasó —cambié de tema.

¿Qué? —bajó el tono de voz, como si fuese un secreto.

Le conté lo que había pasado.

¡¿Qué?! —chilló.

—Dios, sí.

¿Y qué hiciste?

Salí corriendo —dije y casi me la pude imaginar abriendo mucho los ojos.

¡Mierda!

Sí, mierda.

Ven ahora mismo a mi casa.

Después de eso, colgó. Me quedé unos minutos más esperando que pasara el bus, pero una EcoSport ya conocida se detuvo en su lugar. Dionis bajó el vidrio y me observó desde su punto, haciendo que olvidara por un segundo lo del beso fallido.

—¿Te llevo o qué? —preguntó.

Su tono suave hacía contraste con su manera de hablar. Era un placer ver a este chico, siempre. Sus ojos viéndose más claros por el reflejo del sol, su cabello moviéndose con el viento y sobre todo, esa sonrisa apenas visible. Me levanté y subí a su auto. Tenía olor a lavanda. Me había subido sin pensarlo, pero justo cuando se puso en marcha fui mas consciente de la llamada que le hice e inevitablemente sentí el calor en mis mejillas. Sabía que iba a decir algo al respecto, pero yo rezaba internamente para que no lo hiciera.

—¿A tú casa?

—No —negué, entrelazando las manos en mi regazo—, voy unas calles más abajo.

—¿Qué fue esa llamada?

¡Nooo! Me hice la tonta como si no lo hubiese escuchado y chasquee la lengua presa de la vergüenza. Él carraspeo y paró en un semáforo en rojo. No lo miré. Volvió a carraspear. El semáforo se puso en verde y él no avanzó.

Renunciando a todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora