14 octubre 2019
Me despierto sintiendo un leve dolor en mis ojos y garganta, recuerdo haber llorado en los brazos de mi abuela, mientras mi abuelo repetía palabras de cariño; logre dormir entre sus brazos, como cuando era pequeña y me escapa de casa para pasar más tiempo con ellos, según mi madre me consentían mucho y por ese motivo me había vuelto una niña caprichosa y rebelde.
Toso un poco y me incorporo, la habitación en la cual pase la noche conserva sus muebles y colores, sin importar los años que han transcurrido. En la mesa de noche se encuentra una jarra con agua, me acerco y con el vaso me sirvo un poco para calmar la sed y la molestia en mi garganta. Desde aquí puedo observar las copas de los árboles y el paisaje de las montañas a lo lejos, sonrío al escuchar el cantar de las aves y empiezo a dar vueltas en el cuarto con los brazos extendidos.
Sí, sin duda estar aquí es lo mejor que me ha pasado. Mientras doy vueltas y cierro los ojos, choco con el armario de mis abuelos y me golpeo en el tobillo con las patas de la cama.
—Mierda.
Me siento en la cama que aún se encuentra distendida y me froto levemente en el área golpeada y allí logro ver que el color rojizo hace aparición, recordándome que debo de dejar de hacer cosas algo infantiles y así evito golpes o caídas. Miro la ropa que llevo puesta y es la misma que utilicé ayer en todo el día... eso significa que.
Corro hacia el baño y en el espejo miro mi rostro en un estado deplorable, pestañina y labial corridos, las sábanas han dejado una marcas en mis mejillas y no dudo que en las almohadas están los colores de mis polvos compactos y rubor. Me dirijo al armario y detrás de una de las puertas se encuentran mis maletas, busco el desmaquillante con mis objetos personales para poder darme un baño rápido y refrescante.
Cuando me estoy bañando escucho pasos en el cuarto y seguido de esto algunos silbidos que me llevan a recordar una canción muy vieja, sé quien es el responsable de aquello y bajo la ducha lo acompaño, aunque silbar se me da fatal.
—Cuando estés lista baja para desayunar, tu abuela preparo tus platos preferidos —me anima y poco después escucho la puerta ser cerrada.
Salgo del baño con una toalla rodeando mi cuerpo y otra en mi cabello, observo la cama en un estado impecable, nada comparado a como la había dejado hace algunos minutos.
Me visto deprisa, la lencería totalmente negra, unos jeans algo desgastados y una camiseta de color rosado pálido con unos tenis converse blancas; peino mi cabello y lo recojo con una pequeña pinza dejando que este se seque naturalmente.
Bajo las escaleras y un aroma exquisito envuelve la sala, siento mi boca babear por el olor a pan recién horneado; al pasar delante de la cocina observo a mi abuela de espaldas, al parecer se encuentra concentrada en algo frente a ella; lentamente me acerco a ella tratando de no hacer ruido y al tenerla frente a mí, la abrazo con fuerza por la cintura y ante un ligero brinco por parte de ella me rio un poco dejando mi cabeza sobre su hombro.
—Estás muy feliz esta mañana —su voz es maternal y tierna.
—Todo es gracias a ustedes —comento mientras me alejo de ella y tomo un mechón de su cabello.
Su rostro marcado por algunas líneas y ligeras manchas, enmarca su mirada y sonrisa, siento que me mira con algo de tristeza y pesar; no logro pensar que de esta dulce mujer haya nacido otra, pero con un carácter de los demonios.
Toma mi mano y la lleva a su mejilla.
—Tu madre es algo especial —dice aquello en una mueca—, no sabes lo difícil que fue criarla debido a su genio —ríe por esto último—, pero tu abuelo y yo sabemos que te quiere mucho.
ESTÁS LEYENDO
A Fuego Lento [Sin editar]
RomanceCuando la miró por primera vez deseó que fuera suya, no se conocían, pero estaba en sus manos llegar a su lado como una casualidad; ella es joven y con gran talento, aunque no lo admite quiere encontrar a la persona correcta para dejar sus tristezas...