CAPÍTULO 10

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DEMENCIAL CORDURA

CAPÍTULO 10

Prolongados, incoherentes, espeluznantes, así son los gritos que vociferan desgarrándose la garganta. Las paredes tienen la tarea de amortiguar tales sonidos, en su mayoría lo logran pero al mismo tiempo crean efecto aún más horroroso que los propios gritos. El negro penetrante de la oscuridad les altera de modo que quizá ni ellos entienden, un misterio que es mejor conservar así mismo. Aunque, existen pacientes distintos, diferentes al común maníaco, estos aguardan silenciosos entre las penumbras.

Sin embargo esos casos son escasos y muy aislados. Uno de estos prevalece dentro de la habitación B-15.

-Demasiado oscuro-. Habla bajo. No. Suelta palabras entre dientes, deformándoles para invisibles oyentes. Ha estado negada a quitar la mirada de la puerta desde antes del apagón. Le vigila con interés desconcertante. –Frío-. Son ideas suyas, insiste en sentir frío cuando la temperatura resulta agradable para el resto.

Como su habitación es una de las más aisladas después de la perteneciente a Kruger, los gritos no llegan. La residente tendría que pegar oído a puerta y colocar toda su concentración para escucharles; aislamiento sumado a indiferencia da como producto desconocer lo que ocurre.

Da igual, para ella es lo mismo; que se maten si así lo desean, sólo quiere ver elevarse las llamas.

¿Egoísmo? Probablemente. O quizá no, ya que su intención puede cambiar de un momento a otro.

-Mi encendedor-. Revive con exactitud de detalles como se lo quitaron. Es innegable que guarda profundo rencor hacia los susodichos. Siente oleada de rabia tan solo con pensar en sus rostros ¿Por qué tenían que quitárselo? ¿Por ocasionar unos cuantos incendios? Cosa de nada....Piensa recuperarle algún día. Por lo general contemplar las llamas solía calmar sus ansías, le brindaba una sensación de calma cada vez que obedecía el repentino instinto destructivo. Pero ahora hay algo distinto, algo que dejo bien claro el cambio experimentado por su mente. Ahora no quiere calmar las ansías que le carcomían antes. Ahora quiere llenar de humo el aire y oler el aroma de la carne quemada, precisamente la de quienes le encerraron en Garderobe.

Fácil, quiere venganza.

Comprensible.

Sencillo.

-Verde-. Rápido, una imagen se traza en su mente, dibujando rostro que se enfoca en el área superior. –Verde homicida-. De tal dibujo resaltan con exageración los orbes. Tiembla la línea divisoria entre su mente y el verdadero entorno. El pensamiento es tan fuerte que en medio de la oscuridad aparece fantasma de verdes ojos, ojos frívolos que le observan fijos, haciéndole formar mueca similar a torcida sonrisa.

Lo creado por su imaginación desaparece, igual de fugaz que el acto de presencia. –Mi encendedor-. Se sume en esa maldita oscuridad provocadora de frío. Si, las sombras son frías, demasiado. No le gustan, nada de nada.

Bajo, dando continuidad a los susurros dichos entre dientes, sigue con esas dos palabras. Las dice tanto que incluso ya tienen sabor propio para su lengua, un extraño sabor sin nombre. Pero de la nada, otra palabra viene a su cabeza. –Miko...-. Abre los ojos, dándose cuenta de algo que le causa gracia. –Mikoto-. También la residente del B-15 es en gran parte un enigma.

Además, tampoco su sentido del humor es nada favorable.

Lo que puede causarle gracia a ella... puede hacer llorar a otros.

Retorcida sonrisa gatuna.

El joven Takeda, tambaleante abre camino a través de los oscuros pasillos. Le aterra la idea de toparse con un maníaco sediento de sangre. Aplica fuerza innecesaria al mango de la linterna, sus músculos permanentemente tensos y sus dedos recubiertos de sudor que comienza gotear sobre el objeto. Colgando del cinturón le pesa de más la pistola; tampoco quiere tener que jalar de un gatillo, carece de valor para ello. Se cree incapaz de mancharse las manos, pero, bien que pide la ejecución de Kruger siempre que puede. –Joder, ¿Por qué acepte este trabajo?-. Habla para sí mismo en un intento de sofocar los gritos. Por inercia checa las paredes en busca de los números azules. –Joder-. Fugaz piensa en presentar su renuncia esa misma noche. Muerde su lengua, tragándose el orgullo en cachitos. Ese sueldo difícilmente lo ganara en otro empleo.

Demencial CorduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora