01 | Escape en llamas

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Hoy era el día

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Hoy era el día.

El lejano sonido de una gotera marcaba el ritmo de mis latidos. Nunca dejaba de sonar. Era la única melodía que mis oídos captaban en aquella habitación, y con el paso del tiempo aprendí a sincronizarla con mi corazón. El recordatorio de que, de hecho, mi corazón aún bombeaba sangre. De que todavía estaba viva.

No se oía muy lejos, a decir verdad, aunque tampoco cerca. En ocasiones, parecía que se había detenido porque los intervalos entre gota y gota demoraban incluso más del minuto, pero tarde o temprano volvía, y hasta con más fuerza. Una tras otra, cayendo furiosamente en el suelo de concreto de alguna de las cientos de celdas continuas a la mía, pero vacías en comparación. Jamás había habido alguien más, ni siquiera para recordarme que no podía perder la cordura. Solo yo y mi mente jodida.

La gotera podía significar un par de cosas: llovía constantemente o estábamos bajo el agua. Cualquiera de las dos era una mala noticia, porque no me gustaba el agua. No sabía por qué, pero lo sabía. Así que eso entorpecía mis planes. No los volvía imposibles, claro, pero sí molestos de ejecutar.

Miré las manos que descansaban en mi regazo, moviendo vagamente los dedos para asegurarme de que eran mías. Hoy era jueves. Lo sabía porque no llevaba esposas. Todos los jueves, el Doctor me inyectaba ese veneno infernal que me dormía de pies a cabeza, y por lo tanto dejaba mis muñecas libres. Él se había asegurado de que no pudiera, ni siquiera, flexionar un brazo para rascarme la ceja. Por lo tanto, ponerme esposas era una medida exagerada.

Tener las manos libres era buena señal.

Lo malo era lo que venía después. Jueves y veneno solo significaban una cosa: tortura.

Me pregunté qué sería hoy. El Doctor era muy estricto con mi rutina y su calendario, pero los jueves se permitía variar. Experimentar dentro de la experimentación.

Odiaba los jueves. No obstante, esperaba que, esta vez, el final del día tuviera un resultado distinto al usual. De ser así, empezaría a apreciarlos.

Las fuertes pisadas irrumpieron el silencio y el rumbo de mis pensamientos. Escuché el candado abrirse, posteriormente la puerta de mi celda.

—¿Está despierta? —preguntó uno con voz plana. Alguien movió mi cuerpo con la punta de su bota.

—A penas. Llevémosla antes de que se eche una siesta.

Quise decirle un par de cositas. Como que estaba perfectamente consciente, o al menos lo suficiente para memorizar su rostro. O que cómo podía pensarse que me echaría una siesta cuando mi cerebro golpeaba mi cráneo con un martillo a toda máquina.

«Ya, ya», me dije a mí misma, mientras esos dos sujetos me tomaban uno por cada brazo y me arrastraban por el sucio suelo de concreto, «aguanta más, Genevieve, solo un poco más. Pronto serán ellos los que gozarán de una siesta eterna».

BLOOD QUEEN | tvd • twilight • toDonde viven las historias. Descúbrelo ahora