Capítulo siete

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Me parecía una pésima idea.

El abdomen me dolía horrores. Mis piernas apenas podían sostener mi peso. Incluso después de hacer uso del baño, asearme, vestirme y tomarme un café con leche con especia lemuriana y una madalena cortesía de nuestro malhumorado anfitrión Bombilo, no veía cómo podría recorrer el kilómetro y medio aproximado que había hasta la Nueva Roma.

No tenía el más mínimo deseo de averiguar más sobre la profecía del Laberinto en Llamas. No quería hacer frente a más desafíos imposibles, sobre todo después del sueño con la criatura de la tumba.

Frank nos llevó por el portón de entrada. Los centinelas se pusieron firmes. Tuvieron que mantener la postura un buen rato porque yo me movía a la velocidad de una tortuga. Los descubrí observándome, probablemente o podían creerse que esa adolescente que se movía a trompicones hubiera sido alguna vez la diosa Diana.

Era una perfecta tarde californiana: cielo color turquesa, hierva dorada ondeando en las laderas, eucaliptos y cedros susurrando con la brisa cálida. Eso debería haber ahuyentado todos mis pensamientos sobré túneles oscuros y demonios, pero no podía quitarme el olor a polvo de tumba de la nariz. Beber café con leche con especia lemuriana tampoco ayudaba.

Percy andaba a mi ritmo y se mantenía lo suficientemente cerca para que pudiera apoyarme en él su me sentía inestable, pero también me dejaba el suficiente espacio para que pudiera avanzar por mi misma como me gusta hacer.

—Bueno—dijo Frank finalmente—, ¿qué hay entre ustedes dos?

Tropecé, y nuevas punzadas de dolor atravesaron mi abdomen. Terminé perdiendo por completo mi papel como diosa seria.

—¿Qué? Nada. ¿Qué?

Percy casi se había caído de cara y ahora intentaba recomponerse mientras se sonrojaba. Se veía lind...

"Cállate", me dije a mi misma.

Frank se quitó una pluma de cuervo de la capa. Me preguntaba cómo funcionaba exactamente eso: lo de quedarte con fragmentos de las transformaciones después de cambiar de forma. ¿Alguna vez había tirado una pluma de sobra y luego había pensado: "Ay, eso era mi meñique"? Había oído rumores de que Frank incluso podía convertirse en un enjambre de abejas. Ni siquiera yo, una antigua diosa que solía transformarse continuamente, tenía idea de cómo lo conseguía.

—Es que... cuando ustedes dos están...—dijo—. ¿Saben qué? Olvídenlo. No dije nada.

Decidí que lo mejor sería cambiar de tema. Por su mirada, deduje que Percy pensaba lo mismo.

—Ejem, y... ¿Dónde está la pretora Ramírez-Arellano?—pregunté.

—La verán esta noche en el funeral. Ahora está intentando dormir un poco.

Estuve a punto de preguntarle por qué Reyna dormía en plena tarde. Entonces me acordé de que Frank traía la parte de arriba de una piyama cuando nos habíamos encontrado con él a la hora de la cena... ¿De verdad había sido hacía dos días?

—Se están turnando—comprendí—. ¿Para que siempre haya uno de guardia?

—Es la única forma—asintió él—. Todavía estamos en alerta máxima. Todo el mundo está nervioso. Hay mucho que hacer desde la batalla...

Pronunció la palabra "batalla" como lo había hecho Hazel, como si fuera un punto de inflexión extraño y terrible.

Como todas las adivinaciones que Percy y yo habíamos obtenido durante nuestras aventuras, la espeluznante predicción de la Profecía Oscura sobre el Campamento Júpiter seguía grabada a fuego en mi mente:

Las pruebas de la luna: la Tumba del TiranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora